Rosa Ramos, del equipo de formación y espiritualidad latinoamericano y caribeño, recordó que la Doctrina Social de la Iglesia anima a construir en el sentido del sueño primigenio de Dios que crea por amor, que salva por amor, que quiere la plenitud de sus hijos e hijas. Además, reconoció que el mundo está en construcción y ser cristianos no nos exime de la lucha, sino más bien nos coloca en ella a favor de la vida y de la paz.
Rosa Ramos - Equipo de Formación y Espiritualidad Latinoamericano y Caribeño
23 de marzo de 2021 / Tomado de: Experiencia – Feria de Metodologías para la Construcción de la paz - Caritas Latinoamerica / Cáritas América Latina y el Caribe /
La respuesta a la pregunta de por qué debiéramos comprometernos con la construcción de la paz es porque somos una Iglesia servidora, como dice el Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática Lumen Gentium (LG, 1). Adicionalmente, la Constitución Pastoral Gaudium et Spes señala que «el gozo y la esperanza, las tristezas y las angustias de nuestros hermanos, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos (y víctimas de violencia), son también gozo y esperanza, tristezas y angustias nuestras, de los seguidores de Jesús […]» (GS 1). «Es la persona humana la que hay que salvar y es la sociedad humana la que hay que renovar» (GS, 3), nos recuerda la exposición del 22 de marzo del cardenal Ramazzini, citando Pacem in Terris, de Juan XXIII. Este papa, el Papa Bueno, expresó de manera urgente, hace ya varias décadas, que «Somos responsables de contribuir a la paz en la tierra».
La Iglesia, como Madre, Maestra, pero también Hermana, vive y trabaja codo a codo con todas las personas de buena voluntad y sabe que «la paz es hija de la justicia». Esto constituye un saber que es experiencial, más que teórico o dogmático, y compromete la búsqueda de espacios constructores de justicia para que sea posible la paz, sabiendo además que el Amor rebasa la justicia y que es el Amor el que sana, restaura, desde lo más hondo, las heridas de la violencia.
Estamos en un mundo material, limitado y en construcción (Torres Queiruga); en un mundo que también se encuentra roto por las injusticias y las muchas formas de violencia. Vivimos un tiempo que nos parece de retroceso histórico, donde las sombras nos cercan (para hacer eco de lo que el papa Francisco nos dice en el capítulo I de Fratelli tutti, dedicado a las sombras de un mundo cerrado); pero hay esperanzas, nos dice al final ese mismo capítulo, porque «Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bondad» y, por consiguiente, nos invita a salir de las propias comodidades «para abrirnos a ideales que hacen la vida más bella y digna». Ciertamente, reconocer esas semillas que anidan en lo más profundo de los corazones rotos y animarnos a remover junto con ellos la tierra y ayudar a que broten, hace la vida de todos más bella y digna (la de ellos y las nuestras).
Por otra parte, en esta Cuaresma hemos leído y meditado que «tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo»; es decir, este mundo empecatado y sufriente es amado por Dios, pero ¿cómo amaría Dios sin nuestras manos, sin nuestra inteligencia, sin nuestra creatividad? Vale la pena recordar, entonces, que Cáritas «es la ternura de la Iglesia» que llega a los rincones más olvidados de la tierra y a las víctimas de los sistemas que deshumanizan.
La Doctrina Social de la Iglesia es muy rica y procura animarnos a construir en el sentido del sueño primigenio de Dios que crea por amor, que salva por amor, que quiere la plenitud de sus hijos e hijas viviendo en comunión en una tierra en la que hagamos manar leche y miel, no que explote en minas diseminadas por el suelo, en bombas que estallan en los aires, en rostros pintados de odio que golpean y matan a inocentes a diario, que secuestre vidas y sueños, que comercie con armas, con drogas tanto como con mujeres, niñas y niños…
Desde el Concilio Vaticano II, la relación Iglesia-Mundo se ha modificado y nos sentimos parte y corresponsables junto con todas las personas de buena voluntad. Más aún, no nos sentimos salvadores desde afuera –el Salvador es Jesucristo–, sino también nos reconocemos parte del problema, parte de un sistema injusto y violento que lo reproduce. No somos inocentes, ni somos ajenos a la realidad, al sistema mundo que provoca violencia y descarte por acción, pero seguramente más por omisión, por ausencia y hasta por distracción. Porque somos parte del problema, podemos ser parte de la solución di-soñando juntos (es decir, diseñando en función de los sueños).
En estos 8 años de pontificado, el papa Francisco ha tenido una mirada y una hermenéutica de la realidad profética no siempre bien valorada dentro de la Iglesia. No obstante, sus documentos han sido claves para los movimientos sociales, para los que procuran defender el planeta de los ataques continuos que son también violencia, para los que luchan por la dignidad de las personas y por la unidad de los pueblos. Francisco nos ha regalado la Laudato si y, hace unos meses, la Fratelli tutti… Ambos son documentos no para leer y archivar en la biblioteca, sino para rezar, para que nos iluminen y orienten en esta noche oscura de la historia.
En relación con la construcción de la paz, el capítulo VII de Fratelli tutti, llamado «Caminos de reencuentro»” (225 al 270), puede ser nuestro programa guía; podríamos leerlo en nuestras Cáritas, en nuestras comunidades de trabajo, con la gente a la que servimos. Al comenzar este capítulo, dice el papa: «hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y reencuentro con ingenio y audacia». Y esto es precisamente a lo que los programas en los que estamos trabajando aspiran.
En este caminar, es importante que no olvidemos a la ciencia, con su labor autónoma y, a la vez, auxiliar. Señalo esto porque no podemos pecar de pelagianismo, de voluntarismo. Perdonar no es fácil, el tema del perdón supone un largo camino donde es imprescindible la Gracia, el Amor sanador de Dios, junto con la ayuda de los hermanos y de las disciplinas que puedan aportar las herramientas necesarias. El tema del perdón no puede manejarse a la ligera sin ejercer más violencia sobre las víctimas; por eso es importante que recordemos los cuatro perdones de los que nos habla la psicología: pedir perdón, estar dispuestos a perdonar, perdonarme y pedirme perdón a mí mismo.
También nos pueden iluminar, por su experiencia, varones y mujeres que han sufrido mucha violencia y que han hecho un trabajo espiritual que los convierte en modelos: Gandhi, Mandela, Viktor Frankl, Simone Weill, Madelaine Lebrel, Etty Hillesum. Esta última nos dice, en medio del dolor de los barracones nazis, que en el mundo ya hay tanto odio que no podemos agregarle una gota más; solo podemos amar y ser el bálsamo de todas las heridas de la humanidad, el consuelo de todo el llanto del barracón.
También nos auxilia el aporte de la filosofía en relación con la construcción del sujeto en los procesos de paz. El pobre y el violentado necesitan construir su subjetividad y su dignidad rota, a veces totalmente ignoradas porque vienen de siglos de exclusión y violencia. Ser sujeto implica poder elegir, lo cual nos lleva a recordar que «Quizá la opción más profunda, la que da sentido a la existencia, resulta ser la opción entre la adaptación y la esperanza, entre la competencia y el amor, entre el impulso de muerte y el impulso de vida» (José Luis Rebellato). Ser sujeto implica poder salir de la heteronomía dominante y llegar a ser autónomos, que no significa cortarse solos, sino tener una ética, un fiel de balanza propio. Ser sujeto es posible, además, con otros, siendo comunidad, y algo fundamental en la construcción del sujeto es poder romper el bucle de la violencia, esa espiral que nos envuelve, sea la violencia doméstica, la violencia de la calle, la cotidiana, pues estos procesos exigen partir de lo más cercano.
También me gustaría subrayar que el filósofo y teólogo de la India, Felix Wilfred, nos insta a partir de lo concreto y lo concreto es la situación de sufrimiento de los pobres, la ausencia de garantías con respecto a sus derechos. El discurso y el trabajo por los DD. HH., para ser auténtico (para no caer en la defensa de los derechos del individuo y el ciudadano que proclamó la Revolución Francesa para los burgueses de entonces), debe comenzar por abajarse, compadecerse. Dice Wilfred: «Los seres humanos no se definen sólo en términos de razón: son seres compasivos. Y los derechos humanos son expresión de la compasión hacia el sufrimiento de los pobres. El sufrimiento y la compasión son la clave para interpretar los derechos humanos como derechos de los pobres».
Finalmente, termino con un poema de don Pedro Casaldáliga porque el conflicto existe, el mundo está en construcción y ser cristianos no nos exime de la lucha, sino más bien nos coloca en ella a favor de la vida y de la paz, lo cual tiene su costo porque tristemente sabemos que otros están por la muerte y la violencia.
Dame, Señor, esa paz extraña
Danos, Señor, aquella Paz extraña
que brota en plena lucha como una flor de fuego;
que rompe en plena noche como un canto escondido;
que llega en plena muerte como un beso esperado.
Danos la Paz de los que andan siempre
desnudos de ventajas
vestidos por viento de una esperanza núbil.
Aquella Paz del pobre
que ya ha vencido el miedo.
Aquella Paz del pobre
que se aferra a la vida.
Paz que se comparte en igualdad
como el agua y la Hostia.
Pedro Casaldáliga
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