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    Caminando hacia la Paz
  • 7 ago 2024
  • 11 Min. de lectura

Activista por la paz de América Latina y el Caribe



Los acontecimientos que nos marcan, las influencias que recibimos de la familia y los entornos, las habilidades que desarrollamos para gestionar las dificultades, la postura que asumimos ante las circunstancias, así como las decisiones que tomamos sobre lo que queremos para nosotros mismos y para quienes amamos, configuran nuestra historia de vida, con sus memorias, aprendizajes, recuerdos, sentimientos, aciertos y equivocaciones, y ella, a su vez, incide no solo en lo que somos, sino en lo que buscamos ser, es decir, en el propósito que marcamos para nuestra existencia. Y justo por sus vivencias, fue que Richard Jones (“Rick”) decidió convertirse, desde muy joven, en un decidido y activo CAMINANTE DE LA PAZ.


El menor de cinco hermanos, nacido en un pueblo del estado de Nueva York (EE. UU.), tuvo que afrontar durante su adolescencia tres pérdidas inesperadas: a sus 12 años perdió a su hermano mayor en un incomprensible accidente de tránsito causado por alguien que conducía en estado de embriaguez; poco después, a otro hermano, en similares circunstancias, y dos años más tarde, a su madre. Aquellos momentos lo obligaron a desafiar sentimientos dolorosos y a cuestionarse sobre su proyecto de vida: “Yo no sabía qué iba a hacer, pero decidí que fuera lo que fuera, tendría que ser algo que diera vida y valiera la pena”.


Al mismo tiempo, por fuera del hogar también se enfrentaba al miedo y la desazón que generaba la Guerra Fría: “Nos enseñaban que todo lo de Estados Unidos era bueno y todo lo de la Unión Soviética, malo. Y siendo un escolar, nos hacían aprender a escondernos bajo el escritorio, por si caía una bomba. Yo pensaba que eso era ridículo, pues no nos salvaría, pero me hizo descubrir que la posibilidad de una contienda nuclear era real. Así que en octavo grado comencé a protestar, a manifestar que lo que había que hacer no eran esos absurdos simulacros, sino poner fin a la confrontación, reconociendo las diversas posiciones”.


Al culminar su secundaria, eligió estudiar Literatura y Filosofía en una universidad jesuita, y aquello le generó aún más consciencia sobre los problemas sociales del mundo, especialmente en un curso llamado Fe, Paz y Justicia, donde integraban una fe activa con una dimensión política y de desobediencia civil: “Solo lo tomamos seis estudiantes, de más de 2 mil que tenían ofrecido el curso, y fue clave en mi formación porque por primera vez unía varios hilos de mi vida desde la fe y el deseo de paz y justicia”.


Tras culminar esa etapa, decidió unirse al cuerpo de voluntarios jesuitas en la ciudad de Detroit, la más poblada del estado de Michigan. Más del 90% de los habitantes era afrodescendiente vulnerable, había más de un 50% de desempleo y los niveles de violencias eran los más altos de todas las urbes del país. Fue en ese contexto donde Rick emprendió su trabajo comunitario: “Eran tiempos de contracorriente. El presidente Reagan tenía una filosofía para favorecer a las personas económicamente poderosas y privilegiadas, y quitar los derechos a los pobres. Para entonces, yo había escrito mi tesis sobre la libertad de expresión y la seguridad nacional, tomando como caso de estudio a El Salvador, y había empezado a convivir con personas que también se estaban comprometiendo con la paz. Eso me sirvió porque llegaban cientos de familias salvadoreñas buscando entrar a Canadá. Como había poca gente que hablara español, y yo lo había aprendido, me invitaron a conocerlas y a dialogar con ellas. Escuché historias de primera mano sobre tortura, violación y guerra, y todo eso me llevó a incluir en mi activismo la protesta para hacer visible lo que ocurría en ese país”.


Se refiere a lo sucedido entre 1979 y 1992, aproximadamente, con el choque entre las fuerzas del Estado y la organización guerrillera Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) durante la guerra civil de El Salvador. Entonces, cuando el conflicto era muy complejo, en 1988, Rick hizo una breve estancia en ese país para comprender mejor la situación, de la mano de activistas importantes como Segundo Montes, académico, filósofo, docente, sociólogo y sacerdote jesuita español, nacionalizado salvadoreño, quien se desempeñaba como director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).


Lejos estaba el imaginar que al año siguiente se enteraría de que Montes y otros cinco jesuitas, una empleada y su hija adolescente serían asesinados una madrugada en la casa sacerdotal del campus universitario, a manos del gobierno de turno y sus fuerzas militares (entrenadas y financiadas por los Estados Unidos), con la excusa de que la UCA era un “refugio de subversivos” y, los jesuitas, “inhumanos e inmorales” solo porque manifestaban abiertamente estar a favor de los diálogos y la negociación.


Ese terrible crimen sería el detonante de su decisión definitiva: dedicarse en pleno a trabajar por la paz. “Yo les dije a mis compañeros: ‘si somos coherentes, nos debemos ir a acompañar a ese pueblo y a continuar con los esfuerzos de esos sacerdotes’, así que llamé a algunos conocidos y ellos me ayudaron a venir”.


Inició, entonces, su vinculación con la Arquidiócesis de San Salvador, donde se enfocó en temas de desplazamiento interno y en poner en ejercicio su opción por la dignidad de los menos favorecidos: “Hay que recordar que la guerra dejó más de un millón de personas desplazadas; casi el 30% de la población en este momento. Eran campesinos que solo cargaban poca ropa, no tenían nada. Muchos venían de comunidades de base. Por lo general, tenían baja educación formal: la mayoría, un segundo o tercer grado, si mucho un sexto. Sin embargo, tenían una visión bíblica de la justicia y la paz impresionante. Así que trabajé con muchos buscando crear opciones de empleo y desarrollar capacidades para la organización comunitaria”.


Con esas experiencias y aprendizajes en su haber, cuatro años después regresó a su país natal para cursar una Maestría en Relaciones Internacionales y Estudios de Ciencia Política en América Latina. Al graduarse, sin pensarlo dos veces, regresó a Centroamérica, esta vez a Nicaragua, como parte del equipo de Catholic Relief Services (CRS), la Cáritas de los Estados Unidos: “Era el año 97 y se adelantaba un proceso orientado a aprender a ‘construir paz’, porque, aunque se tenían muchos programas, ese no era en ese momento el foco prioritario. Así que creamos y llevamos comisiones de justicia y paz a las montañas donde no había jueces ni policías, y donde los conflictos se resolvían con pistolas y machetes (zonas azotadas por exsoldados, excontras y grupos delincuenciales que saqueaban con frecuencia las comunidades), con el objetivo de promover los derechos humanos y buscar la solución de forma pacífica, logrando bastante impacto en la zona central del país”.


Rememoremos que, tras el derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza (y, con ello, de la dinastía de la familia Somoza, que había gobernado a Nicaragua durante décadas), en julio de 1979 comenzó un fuerte conflicto entre los contrarrevolucionarios o miembros de la autodenominada Resistencia Nicaragüense (los “contras”, que contaban con la financiación de los Estados Unidos), y el gobierno que asumió el poder, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que se mantuvo hasta 1990.


De todas formas, en 2001, con motivo de dos devastadores terremotos en El Salvador, Richard regresó con CRS a ese país para atender a las víctimas y, luego, para liderar programas con migrantes y jóvenes, lo que le posibilitó acercarse a otros relatos y hechos de constante violación a los derechos humanos que evidenciaban un desconocimiento de ellos por parte de la mayoría de la población y que, incluso, los encaraban con el dolor y sus profundas consecuencias tanto para las personas y familias, como para las comunidades: “Realmente no sabíamos cómo abordar el duelo; lo conocíamos, pero en esa época, apenas se nombraba”. Así que este tema adquirió profundo interés para este constructor de paz, al unir su experiencia personal con el duelo con los efectos que veía en cientos de personas que no habían desarrollado capacidades de resiliencia.


Así pues, el trabajo en diversos contextos y territorios con víctimas y victimarios de conflictos, jóvenes y familias con profundas desigualdades y graves problemas sociales, actores decisorios en los territorios, miembros de la Iglesia católica y la sociedad civil, hizo que Rick, aun con CRS, fuese consolidando sus conocimientos y propósitos a favor de la paz para irradiar sus inquietudes, preocupaciones, talentos y conocimientos a otros países latinoamericanos. Ejemplos son su colaboración con el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) y la Secretariado Latinoamericano y del Caribe de Caritas (SELACC) en la Comisión de Paz, Derechos humanos y Democracia, así como su participación en diversos equipos tratando de apoyar la formación y acciones a favor de los derechos humanos; la promoción de estudios y reflexiones sobre la pastoral de los derechos humanos con colegas de otros países (escribió un libro al respecto con Rosa Inés Floriano, de Colombia); el diseño y orientación de programas de formación para una pastoral social transformadora; el acompañamiento a diferentes instancias de la Iglesia latinoamericana en procesos políticos de paz (en el caso de Colombia y otros países), o de búsqueda de soluciones a problemas sociales derivados de la pobreza, los conflictos o los fenómenos naturales (en Haití, República Dominicana y México, entre otros). También ha liderado programas de atención y formación de jóvenes que hacen o hicieron parte de pandillas u otro tipo de grupos al margen de la ley (en México, Guatemala, Nicaragua y El Salvador), y ha planificado y dirigido otros que vinculan democracia, paz y derechos humanos en diversos campos y con distintos tipos de personas y colectivos.


Por eso mismo, Rick guarda entre sus memorias cientos de anécdotas que le han marcado y que lo han hecho un convencido de que la construcción de una paz fortalecida sí es posible. Entre ellas, una cuando, en un encuentro entre excontras y sandinistas (en Nicaragua) que pretendía que antiguos adversarios emprendieran juntos un futuro pacífico, una persona se le acercó para confesarle que antes de esa experiencia su deseo era hacerles el mayor daño posible a sus enemigos, pero que había logrado aprender que ellos eran, finalmente, sus hermanos. O aquellas con víctimas de muchos tipos de violencia en Acapulco (México), cuando pudo constatar que después de escucharlas y acompañarlas no solo lograban superar las pérdidas, sino que trasformaban sus proyectos de vida para ayudar a otras personas a sanar: “No olvido a una madre que había perdido a su única hija y que, después de pasar el proceso, creó una entidad para encontrar a los desaparecidos y ayudar a sus familias. Eso es pasar de ser víctima a ser una sobreviviente sanadora, y demuestra que en el corazón del trabajo por la paz y la justicia, en medio de las realidades del trauma, son las víctimas quienes tienen que decidir el camino. Por eso, parte de mi trabajo central es crear los espacios donde puedan hallar la sanación y el propósito, sin forzarlo”.


Hoy por hoy, Rick reconoce que los conflictos actuales en Latinoamérica son más complejos, pues ya no son solo ideológicos, como sucedía en los años 80 y décadas anteriores, sino que son fruto, en su opinión, de intersecciones entre las acciones del crimen organizado; la corrupción pública y privada; las tendencias que llevan a pasar de la democracia a la autocracia y el autoritarismo; la promoción de la polarización como estrategia política; la tolerancia, normalización y expansión de ciertas violencias que permean todos los espacios de socialización (virtuales y presenciales, como los hogares las escuelas, los lugares de trabajo, las calles y lugares públicos); el incremento en las familias del abuso y de las violencias (doméstica, contra las mujeres o de género, entre otras); la persistencia, e incluso el incremento de la desigualdad, la inequidad y la impunidad, entre otros factores. De ahí que afirme que estamos padeciendo una violencia crónica en todos los niveles y espacios de socialización, que genera preocupantes dinámicas que se entrelazan y refuerzan en contra de la paz y la justicia, y que obligan a estar continuamente repensando, reestructurando y revisando colaborativamente las estrategias de construcción de la paz, para retomar los aprendizajes, reconocer errores y corregirlos.


Considera, pues, que nos hemos equivocado en general, y en la Iglesia especialmente, “al creer que no podemos hacer nada”, al perder a veces la esperanza. Además, “en pensar que la paz, los derechos humanos y la justicia son opuestos e independientes, porque realmente son partes integrales y, por eso mismo, el diálogo sobre ellos es necesario para construir una sociedad más justa y fraterna”.


Asimismo, opina que otros graves errores han sido, primero, “el no poner suficiente atención a la reconciliación”, o el considerar que es un asunto superfluo o de trabajo opcional en la construcción de la paz, “pues es fundamental para la sostenibilidad de los procesos”, y segundo, el pensar que la Iglesia y los actores institucionales son y deben ser las voces de las víctimas, pues si bien deben acompañar y animar, “nadie puede hablar por ellas, ni decidir por ellas el rol que van a asumir, o si van a dar o no perdón”, pues son potestades que solo están en sus manos.


A cambio, reconoce grandes y valiosos aprendizajes y aciertos de la Iglesia, como el reconocer la importancia que tiene la memoria histórica (en el caso de Colombia, por ejemplo); el procurar la articulación interinstitucional con la sociedad civil y con gobiernos para la definición de políticas públicas y figuras jurídicas que generen justicia y paz (como la creación de Tutela Legal, en El Salvador, semilla para la creación de la Oficina de los Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala); el enfocarse en los derechos humanos y el tomar como opción a los pobres, o el ocupar el papel de tercero imparcial en la búsqueda de acuerdos de paz.


Así pues, para continuar superando los inconvenientes y aprovechando los aciertos, Rick hace unas recomendaciones a quienes, como él, son o quieren ser constructores de paz: “Seguir fortaleciendo procesos locales, es decir, las capacidades de las personas en sus territorios. Convocar a los demás actores para que juntos contribuyamos a la paz y la cohesión social; por lo tanto, debemos articularnos con diferentes actores y sectores. Generar diálogos tanto sociales como políticos, pues las divisiones, la polarización y los radicalismos están generando guerras culturales en muchos de nuestros países. Reconocer y dialogar sobre temas polémicos y espinosos para la Iglesia y nuestras sociedades, como las expresiones de la diversidad, en vez de estar simplemente denunciando; propiciar diálogos o participar en ellos, buscando espacios para proponer y hacer algo constructivo. Y con respecto a las injusticias, hay que seguir persistiendo, exigiendo y demandando procesos con los gobiernos en los cuales la Iglesia pueda jugar ese rol de convocar y generar diálogos políticos para construir procesos más justos y equitativos”.


A lo anterior agrega que es absolutamente necesario y urgente observar y analizar las violencias de una manera más profunda y sistémica, no asumiendo cada tipo como si fuera una cuestión aislada, sino reconociendo las interconexiones entre las diversas expresiones y los nexos que existen entre las causas y los efectos: “Por ejemplo, en El Salvador, en la inmensa mayoría de casos de jóvenes que participan en pandillas se ha encontrado que sus madres fueron víctimas de violencia doméstica; por eso, si no se trabaja esa problemática de la mujer, no se llegará al fondo de la causa y de la solución de los problemas juveniles”. Por eso, reconociendo el aporte de las metodologías de construcción de paz, opina que ellas son limitadas si se asumen en proyectos cortos y dispersos, o si no se enlazan entre ellas, porque si algo le ha enseñado su trayectoria de vida como constructor de paz es que se necesitan procesos integrales, constantes y persistentes, al tener como fin último la reedificación y resignificación de las relaciones entre los seres humanos.


Este es pues, un breve recuento de la biografía y de las reflexiones de Richard Jones, quien nos demuestra que desde un cristianismo transformador y con compromiso con los derechos y la dignidad humana, es posible llevar a la realidad “un proyecto de vida capaz de llenar el corazón”, como nos lo recuerda otro caminante de la paz, el Papa Francisco; un proyecto de existencia capaz de transformar dolores, miedos, desazón y desesperanza en procesos sanadores y de cambio positivo de la propia vida, del entorno y de quienes nos rodean; un proyecto que, como él lo deseaba, dé vida y valga la pena.

 

Textos: Gloria Londoño Monroy

Fotografía: Ricardo Contreras

2023

Aprendiendo de su experiencia para construir condiciones de equidad de género

Un viaje hacia una masculinidad pacífica es una metodología promovida por Catholic Relief Services (CRS), orientada a hombres jóvenes y adultos, que busca el cambio de comportamiento individual, la construcción de habilidades socioemocionales y la modificación de normas sociales e ideas internalizadas de lo que significa ser un hombre, como explican en su manual orientador.


En 2021, Cáritas de Honduras, desde su Unidad de Cultura de Paz y Reconciliación, adhirió la metodología a las que ya empleaba (entre ellas, ¡Mujer, no estás sola!, Jóvenes Artesanos de la Paz y Sembradores de Paz), buscando aportar a la construcción de una sociedad con justicia, fraternidad y solidaridad, donde se vivencie el Reino de Dios.


Los testimonios de Aníbal Martínez y Mario Cerrato, responsables de la implementación metodológica en dicha Unidad, y Edwin Martínez, practicante de Trabajo Social en esa dependencia (igualmente participante en los talleres de formación de formadores), son valiosos para aprender de la puesta en práctica de esta estrategia formativa en países con culturas machistas predominantes, como Honduras, el cual es de los de América Latina y el Caribe, el que tiene mayores tasas de feminicidio (4,6 casos por cada 100.000 mujeres), según datos de 2021 de la Cepal, y que de acuerdo con el informe de 2022 del Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), tiene enormes retos con respecto a la defensa y vivencia de los derechos de las mujeres, pues representan el 52% de los habitantes, pero “tienen poca participación política, no se les escucha, no se les toma en cuenta y son víctimas frecuentes de maltrato […] ¡sin estar en guerra, (esto) nos pone en el mundo como una nación de barbarie", como asegura la entidad.


Cuenta Aníbal que el primer paso fue formar miembros del equipo de Cáritas como formadores, bajo la orientación de CRS, para aprender el proceso vivenciándolo; en aquel momento, de forma virtual, dada la situación de pandemia.


El segundo fue empezar a planificar y gestionar, con el acompañamiento del mismo CRS, una réplica piloto en 2022, en una parroquia de Tegucigalpa, con un grupo mixto de hombres (jóvenes y adultos) que hacían parte de movimientos juveniles y de Iglesia, lo que les permitió a los miembros de Cáritas comprender mejor la propuesta cuando se aplica no en ámbitos virtuales, sino en la presencialidad.


Un tercer paso fue pensar cómo expandir lo aprendido hasta entonces, y llevar la formación a otros escenarios. Fue cuando se presentó la oportunidad de incluir la metodología en un proyecto interinstitucional que realizan con Visión Mundial Honduras (World Vision o WV) desde 2022, lo cual ha dado como resultado, hasta el momento, la formación de 120 formadores más (aprox.); 40 del equipo técnico de WV y, el resto, líderes comunitarios de diversas regiones del país, con lo que espera lograrse un efecto multiplicador en la cualificación de facilitadores.


De forma paralela, desde 2022 han realizado procesos de acercamiento y sensibilización con diversos actores en varios territorios del país, con el objetivo de disponer y ofrecer procesos formativos con miembros de las comunidades, que prevén comenzarán en el segundo semestre del año. Así mismo, adelantan el diseño de una investigación bajo criterios científicos propios de las ciencias sociales para rastrear la situación de las masculinidades en el contexto hondureño.


Para Mario, si bien Cáritas de Honduras no era ajena a la formación para promover la igualdad de género, esta experiencia de formación “con hombres y desde los mismos hombres ha sido muy significativa”, en tanto les ha ayudado a complementar los esfuerzos que hacían de formación, atención y acompañamiento, para dar un abordaje integral y estructural a las problemáticas de violencias, maltrato, menosprecio, subvaloración y falta de justicia que viven las mujeres hondureñas y personas de otros géneros.


A su vez, Aníbal valora que, por los resultados de los talleres, es posible afirmar que los principios, temáticas y las actividades hacen que “los formadores no seamos los que ‘depositamos’ el saber en los hombres”, sino que todos los participantes “dialoguen, convivan, reflexionen y creen juntos”, favoreciendo el recapacitar y el construir nuevas actitudes y habilidades frente al ser hombre:


“Hemos conseguido, según testimonios de los mismos participantes, conformar, mediante distintos ejercicios en parejas o grupales, espacios seguros que generan confianza, donde los hombres pueden compartir sus sentimientos sin vergüenza, sus aprendizajes, sus rutinas y preocupaciones cotidianas de vida. Incluso, hay momentos en los que los formadores nos apartamos, para que ellos se confronten y lideren la conversación”, explica, lo que en su opinión hace que ellos asuman el liderazgo de la reflexión y se autorreconozcan en momentos de compañerismo e intimidad.


Para él, en gran parte ese logro se debe a la metodología activa, vivencial, participativa, al igual que la promoción de la reflexión desde la espiritualidad: “Los componentes de espiritualidad han sido muy enriquecedores. Por ejemplo, iniciamos las jornadas con un momento que no se centra ni en lo católico, ni en los evangélicos, sino en el encuentro interior y desde la fe con ese Dios particular, que es todopoderoso y que está para todos”, añade Aníbal.


En el caso hondureño, las réplicas de formación de facilitadores (donde han participado personas de diferentes credos, campesinos, maestros, agentes y líderes sociales, entre otros) se han caracterizado porque se han dado en procesos intensivos, estilo retiro, donde durante cuatro días los participantes conviven todo el tiempo consigo mismos y con los demás, en un mismo lugar, apartados de sus afanes diarios, lo cual se ha observado que es muy conveniente, pues da pie a profundizar la vivencia, como opina Mario.


Otra contribución ha sido la creación (aún incipiente, pero con enorme potencialidad) de una comunidad de hombres que viven y ejemplifican la masculinidad pacífica, para brindar acompañamiento desde el equipo de formación y facilitar el aprendizaje continuo entre pares. Para eso, han creado grupos de WhatsApp donde los participantes, con palabras, audios o videos, comparten acciones de cambio y de promoción de la equidad de género, simples pero demostrativas, que realizan en sus hogares o entornos, para que otros compañeros desaprendan y reaprendan de su ejemplo. Del mismo modo, este recurso les ha potenciado el brindar retroalimentación, animarse y continuar la reflexión sobre su nueva forma de concebir y vivir esa nueva masculinidad.


Además, en la experiencia hondureña ha sido fundamental el realizar las líneas de base iniciales, empleando diversas estrategias de investigación, y aplicar otras en la fase de evaluación de cada taller (encuestas, entrevistas, entre otras), lo cual ha aportado valiosos datos para verificar si realmente el proceso ha logrado los resultados esperados en términos de cambios internos, individuales y perdurables, relacionados con los conocimientos, actitudes, prácticas, ideas, percepciones y estilos de vida. Por otra parte, esto ha conducido a realizar mejoras continuas para los nuevos talleres, al identificar temáticas que requieren más profundización para cualificar la formación, el acompañamiento y el seguimiento.


Ahora bien, los desafíos han sido enormes. Por ejemplo, el “conquistar y convencer” a los participantes que han llegado a los talleres de formación de facilitadores, no por iniciativa personal, sino respondiendo a un mandato jerárquico laboral-institucional, y que de alguna manera no están habituados a ser ellos ‘los formados’; el que los participantes se abran y permitan aceptar y expresar su fragilidad como seres humanos; o el simple hecho de hablar sobre género, lo cual crea resistencia entre algunas personas, incluso al interior de la Iglesia o entre miembros de comunidades de fe, por la cultura, por las creencias, porque se asume sólo desde aspectos de sexualidad o de matrimonio igualitario, o porque a veces se piensa con fanatismo que el hombre es y debe ser la cabeza única y exclusiva del hogar, bajo la cual debe estar su mujer, como aluden Aníbal, Mario y Edwin.


Pese a ello, los resultados han sido muy satisfactorios, pues en Cáritas Honduras han visto cómo los hombres involucrados, sin importar su condición social, o si viven en zonas urbanas o rurales, han empezado a comprometerse realmente con vivir su masculinidad con condiciones de equidad de género, confrontándose de forma constante y consciente para enfrentarse a aquellas ideas y pensamientos malsanos que han normalizado, pero que son fruto de sociedades centradas en la supremacía masculina, donde se minusvalora a las personas de diversos géneros, especialmente a las mujeres.

Edwin comenta que ha sido muy fructífero el proceso para él mismo, y que le ve muchas potencialidades para transformar la cultura desde un enfoque de derechos:


Nosotros (los agentes o trabajadores sociales) nos enfocamos mucho en “hacer” capacitaciones, en ofrecerlas, pero la verdad es que yo mismo nunca había participado en una enfocada solamente a hombres, donde abordáramos temas de masculinidad. No se ha tratado solo de aprender a ser facilitador de la metodología, sino que los consejos que me han dado y las reflexiones que se han producido con los compañeros me han hecho aprender para mi propia vida.


Y es que el compromiso y el impacto es doble para quienes participan en la metodología: transformarse a sí mismos y contribuir a mejorar sus escenarios de vida (asuman o no el rol de facilitadores de procesos con otros hombres, al hacer algunas réplicas), pues supone vivir y ayudar a otras personas a construir relaciones sanas con todas las mujeres de su alrededor: con sus madres o hermanas, con sus familiares mujeres, con las compañeras de trabajo, con la cónyuge o pareja, con las amigas, o bien, con personas de otros géneros, en condiciones de equidad, tolerancia y respeto por la dignidad de cada ser. Además, favorecer la renovación de costumbres y tradiciones heredadas, transmitidas incluso por mujeres de generación en generación, que producen profundos daños, no solo a ellas, sino, conjuntamente, a los mismos hombres, pues como explica Mario, ellos son otras víctimas del machismo como forma de violencia, sin darse cuenta:


El machismo afecta no solo a las mujeres, también a los hombres, pues crecemos muchas veces sin poder expresarnos, sin poder manifestar nuestros sentimientos o nuestra vulnerabilidad. Porque hay muchas cosas que, por la familia o la sociedad, desde ese mal conservadurismo, nos hemos resguardado, exigido o debemos aparentar… que somos machos, que no tenemos derecho al duelo, que no podemos llorar, que no está bien hacer tareas importantes para la supervivencia como cocinar, que somos fuertes, que nos gusta el deporte, por ejemplo… Eso que llevamos en nuestra ‘caja de hombre’, nos afecta en muchos aspectos, como lo es, por ejemplo, en nuestra la salud mental.


Su testimonio es ratificado por otros participantes como Jonathan Méndez, líder comunitario, pues para él esa caja resulta ser, muchas veces, una limitante de vida que no contribuye al bienestar, ni siquiera de ellos mismos: “La caja de hombre en la que tenemos esos estereotipos bien marcados de lo que debe ser un hombre verdadero, simple y sencillamente, es una apariencia que está afectando a nuestra salud, nuestra vida personal y, sobre todo, a nuestra familia”, comenta, invitando a alivianarla y sanearla, por el bien propio y el de los y las demás.


Por su parte, Emerson Ulloa, otro participante en los talleres sobre masculinidades positivas, también considera que su propia vivencia le ha demostrado que la metodología permite empezar a hacer que la vida sea más armónica, sanadora y en paz, incluso a quienes llegan a los talleres afirmando que no son machistas:


Pensaba que al llegar a mi casa y al poder ayudarle a mi esposa con lavar los trastes, con cuidar a los niños o con reparar algunas cosas en la casa, estaba contribuyendo con el trabajo de ella. Pero en el taller yo he aprendido que realmente esas son mis responsabilidades como parte de ese hogar; que esas tareas realmente deben ser compartidas para tener una sana convivencia.


No es fácil crear espacios más tranquilos para vivir en esta sociedad de Honduras, que es muy machista, que por muchos años ha estado dominada por el patriarcado. Sin embargo, hago un fuerte llamado a todos los hombres, para que podamos generar hogares más seguros e igualitarios donde reine la tranquilidad.


Una tranquilidad que solo es posible con condiciones de equidad de género necesarias en todos los países del mundo, pues pese a que esta es contemplada como uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) adoptados por los estad os miembros de la ONU, las metas están lejos de lograrse, como lo demuestra un reciente informe de la misma entidad, que da cuenta de que en lugar de avanzar se está retrocediendo en metas de no violencia contra las mujeres, por lo que hace un llamado urgente para transformar duras realidades como éstas: “Cada año, 245 millones de mujeres de más de 15 años son víctimas de violencia física; una mujer de cada cinco se casa antes de los 18 años; las mujeres realizan 2,8 horas más de tareas domésticas que los hombres y solo representan el 26,7 % de los parlamentarios […]. Para 2030, 342 millones de mujeres (el 8 % de las mujeres del mundo) vivirá en extrema pobreza […]. El mundo le está fallando a las niñas y las mujeres”, según el informe El progreso en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: Panorama de género 2023, de ONU Mujeres.


Por eso mismo, es importante distinguir experiencias como ésta, de Cáritas Honduras, en un país de contrastes donde por primera vez tienen una presidenta responsable del gobierno nacional, pero en el que, al mismo tiempo, es común escuchar de voces diferentes sectores, políticos, medios de comunicación, analistas políticos e incluso ONG, que “ella no manda”, que “el que manda es el marido” o “claro, lo hizo mal porque es mujer.”


Un país donde se vive esta experiencia trascendental y bienvenida de cimentación de unas masculinidades equitativas y pacíficas, mediante la adopción crítica y pertinente de esta metodología, pues contribuye a cambiar condiciones evidentes o latentes que impiden hacer efectivos los derechos humanos para todos y, de manera contundente, para todas.

 

Textos: Gloria Londoño Monroy

Fotografías: Cáritas Honduras

2023

Fundación Instituto para la Construcción de la Paz, FICONPAZ y Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana: Aprendiendo de su programa Fortalecimiento a los Consejos Territoriales de Paz, Reconciliación y Convivencia, ConPaz.


Desde su independencia, Colombia ha padecido constantes confrontaciones armadas por el choque entre ideologías políticas distintas. En los años 90, se llegó a un punto cumbre en el conflicto por la entrada en juego de actores de economías ilícitas enfocados en obtener beneficios para sí mismos, a cualquier precio. Siempre la sociedad civil, especialmente en la ruralidad, fue la mayor perjudicada, pues secuestros, masacres intencionadas, muertes colaterales, constantes choques entre opositores, entre otros hechos, dejaron a su paso millones de vidas profundamente afectadas.


En esa misma década, el país llegó a acuerdos para fundar una nueva constitución política que promovía con ahínco, por primera vez, la participación ciudadana y civil, considerando a las comunidades y colectivos vulnerables o minoritarios. Y fue entonces cuando empezaron a aparecer y a funcionar estrategias para hacer efectivo el mandato constitucional, como el Consejo Nacional de Paz, creado por ley en 1998.


El no saber cómo participar, el desconocer cómo organizarse, el no estar acostumbrados a que se escuchara su voz, el temor a la participación y la exposición pública, el desinterés de algunos gobiernos de turno por ese mecanismo de participación, hizo que el Consejo –conformado en aquel entonces por un 70% de representantes de instancias gubernamentales, y un 30% de la sociedad civil– se quedara en el papel, como un organismo ‘decorativo o de fachada’, con reuniones ocasionales y sin mayor impacto.


No obstante, por iniciativa y presión de la misma sociedad civil, tras los acuerdos entre el Gobierno nacional y las FARC, en 2016, se revivió y revitalizó la figura con el Decreto Ley 885 de 2017, bajo el nombre de Consejo Nacional de Paz, Reconciliación, Convivencia y No Estigmatización, como se le conoce en la actualidad.


Desde entonces, la Iglesia y otras organizaciones se han apropiado de esta instancia –actualmente con un 30% de representantes gubernamentales y un 70% de representantes de 30 sectores de la sociedad civil–, y han hecho que realmente ejerza su función: ser consultora y asesora para los gobiernos nacional, departamentales y municipales, para incidir de forma efectiva y pertinente en la toma de determinaciones que afectan, de forma directa o indirecta, la construcción integral de la paz y de una cultura de no-violencia.


Monseñor Héctor Fabio Henao, quien fuese por muchos años el director del Secretariado Nacional de Pastoral Social–Cáritas (SNPS), y quien es el fundador y director de la Fundación Instituto para la Construcción de la Paz-FICONPAZ, fue nombrado primer presidente del nuevo Consejo, y su principal reto fue enfrentarse a preguntas veladas que se hacían desde muchos sectores: ¿cómo organizarnos y hacer efectiva la voz colectiva, para que sea escuchada y considerada por los distintos niveles gubernamentales, en diversos territorios? ¿Cómo conformar y, sobre todo, dar vida a los consejos regionales y locales? ¿Cómo articularlos entre sí? ¿Cómo vehicular, desde las bases, decisiones, comunicaciones y propuestas hasta la instancia nacional, para que no se dispersen los esfuerzos y no se difumine o distorsione la voz?


Alejandro Pérez participó en ese primer momento desde SNPS-Cáritas en la definición y la puesta en marcha del Consejo Nacional, y por ello nos cuenta la trascendencia que tiene ese organismo y algunos retos superados:


La importancia del Consejo es que realmente es la instancia de participación más diversa que tiene la sociedad colombiana (participan niños, niñas, adolescentes, mujeres, hombres y personas de otros géneros, campesinos, organizaciones civiles, distintos sectores…) que está reglamentada y reconocida en el orden jurídico.


Al principio, nos enfrentamos a retos prioritarios. Uno fue cómo hacer, considerando esa diversidad, una construcción de política pública de manera articulada, escuchando a las regiones, a la ruralidad y a los sectores participantes para que se sintieran incluidos; eso implicaba preguntarse cómo organizarnos, cuál iba a ser el reglamento interno, cómo se iba a trabajar en las comisiones. Por otra parte, estaba el constituir los consejos territoriales (departamentales y municipales). Y uno más fue que, por el proceso de paz que se estaba adelantando, era necesario pensar cómo garantizar y tener participación en la implementación de los acuerdos.


Comenzó, entonces, todo un esfuerzo pedagógico y de acompañamiento para fortalecer los consejos territoriales, así como para motivar la participación, el compromiso y la implicación civil, de tal manera que la sociedad se apropiara de esos espacios y mecanismos de participación civil. Nació, entonces, ConPaz, con apoyo de entidades como el Departamento de Estado de los Estados Unidos, como comenta Alejandro, ahora gerente del programa:


“Comenzamos en 10 regiones, con 50 consejos de paz, con dos objetivos muy sencillos.


El primero, de fortalecimiento interno. Eso implica revisar, por ejemplo, decretos nacionales, acuerdos municipales y ordenanzas departamentales; crear el reglamento interno; definir el plan de trabajo a cumplir en un tiempo determinado, para que las acciones no vayan a la deriva; capacitar para facilitar la comprensión de conceptos y procesos que ni siquiera los gobernantes a veces comprenden (qué implica ser consejero o consejera, cuál es su alcance y rol, cuál es la diferencia entre el Consejo y lo que hacen otros estamentos, como la figura de Alto Comisionado para la Paz, por ejemplo).


Es importante destacar, en este punto, que es cada sector el que se organiza, el que define sus representantes; no es quien encabece la alcaldía o la gobernación, o nosotros. Por ejemplo, son los campesinos quienes eligen a sus campesinos, o los grupos de mujeres las que escogen quiénes llevarán sus voces.


El segundo objetivo es de fortalecimiento externo para hacer que se conviertan en espacios relevantes de construcción de paz y conciliación, mediante acciones específicas transformadoras. Es decir, cuando ya tenemos una instancia articulada, organizada, comenzamos a acompañar y animar las acciones que definen en su plan. Por ejemplo, en algunas regiones, hacer seguimiento a la implementación de los acuerdos de paz con las FARC en sus territorios, o hacer que el tema de paz se incluya en los planes de desarrollo que definen alcaldes y gobernadores y que aprueban concejales locales o miembros de las asambleas departamentales.


La primera etapa del programa terminó (en 2023) con 125 consejos en funcionamiento, en 13 departamentos de Colombia.


Los Consejos de Paz, Reconciliación, Convivencia y No Estigmatización son hoy una realidad en ejercicio; un movimiento que, incluso, está siendo esencial para la tramitación de conflictividades locales entre la sociedad civil (en la ciudad de Cali y en el departamento de Caquetá, por ejemplo, hay casos significativos). También, para la gestión de problemáticas ambientales, la promoción del respeto a la dignidad humana, temas relacionados con la diversidad de género, la atención de situaciones asociadas a la movilidad humana (interna o transnacional) y al desplazamiento forzado, o la unión con la institucionalidad local para desarrollar diversos proyectos que buscan el bien común, el bien de la casa común, tratando de evitar las vías de hecho, como explica Alejandro.


Promover el seguimiento desde la sociedad civil a la implementación de los acuerdos de paz ha sido de lo más destacado, porque eso no es solo responsabilidad de la Procuraduría o los países garantes. También, las acciones y la incidencia para hacer efectiva la justicia restaurativa; el haber podido organizarse para realizar propuestas y jalonar recursos para hacerlas posibles, trabajando mancomunadamente con la institucionalidad, o el participar en diálogos regionales hechos para diseñar o validar el plan de desarrollo nacional en el actual gobierno.


ConPaz ha sido, pues, una experiencia que está dejando muchos aprendizajes no solo para Colombia, sino para todos nuestros países de América Latina y El Caribe, pues si bien ese tipo de consejo se ha utilizado en diversos países del mundo para hacer posible la paz, el proceso de fortalecimiento, de animación, de acompañamiento y de seguimiento llevado a cabo ha posibilitado dar continuidad, estabilidad y proyección a las voces y a los esfuerzos, desde enfoques de pluralidad y equidad.

Además, ha dejado materiales educativos y documentación muy valiosa, que contribuye al fortalecimiento de los Consejos, pero que, también, puede servir para orientar procesos e instancias similares, esto, gracias a la creación de una caja de herramientas en línea llamada La despensa de la Paz, sitio web que: encuentra su inspiración en el Respuestario para los Consejos Territoriales de Paz, Reconciliación y Convivencia, esfuerzo conjunto entre la Misión de Apoyo al Proceso de Paz de Colombia – MAPP-OEA, el Secretariado Nacional de Pastoral Social – Cáritas Colombiana, la Fundación Instituto para la Construcción de la Paz – FICONPAZ y la Oficina del Alto Comisionado para la Paz – OACP, para brindar herramientas que promuevan y fortalezcan instancias de participación ciudadana, especialmente para fortalecer y promover los CTPRC” (Caja de herramientas en línea https://despensadelapazficonpaz.com/).


De todas formas, aún quedan muchos retos, como el seguir construyendo condiciones para derribar muros financieros o culturales que ponen barreras a las potencialidades que tienen los consejos territoriales. Por ejemplo, para que los diálogos en esos mismos espacios sean pacíficos, sin hostilidades; o el aprender a valorar la diversidad de actores que pueden participar, que pueden sentarse a construir en la misma mesa, el empresario más reconocido, un campesino, una persona excombatiente, o una persona sin estudios formales. También, el desmitificar ideas dañinas, como que quien hace parte de la sociedad civil participativa es de una posición política de izquierda adversa a la democracia o en combate con la institucionalidad; e igualmente, el construir cultura política, de lo que es ejercer la política desde la ciudadanía; seguir favoreciendo y animando la democracia local; el mancomunar capacidades, o el seguir buscando, juntos, la apropiación completa de la seguridad civil.


El futuro se construye desde el presente, lo mismo que la paz. Por eso es de destacar, para quienes hacemos parte de esta Comunidad de Práctica, esta experiencia que nos permite aprender del programa Fortalecimiento a los Consejos Territoriales de Paz, Reconciliación y Convivencia, ConPaz.

Para más información, se recomienda consultar:

 

Textos: Gloria Londoño Monroy

Fotografías: FICONPAZ

2023

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