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Un catracho (gentilicio popular para nombrar a los hondureños) que siempre trae dibujada una amable sonrisa, un hombre que irradia fuerza y a la vez ternura, un hermano que se hace vida en el servicio y en la entrega, y que sabe tejer, con hilos de fe y solidaridad, nuevos caminos de esperanza. Manfredo Fajardo, un verdadero Caminante de Paz. Su vida y obra son un testimonio vivo de cómo el servicio comunitario y la fe pueden transformar historias personales y comunidades enteras. Nacido en el norte de la República de Honduras, Manfredo ha dedicado su vida a servir desde las Comunidades Eclesiales de Base, sembrando semillas de paz, justicia y fraternidad que ya empiezan a dar frutos.


Primeros pasos en la fe y el servicio comunitario

Manfredo Fajardo nació, en 1985, en el municipio de Petoa, en el departamento de Santa Bárbara. Allí vivió hasta los 4 años, cuando su familia se trasladó a San Pedro Sula en 1991. Desde entonces, ha crecido y se ha formado en esta ciudad, que ha sido testigo de su crecimiento personal y espiritual. "Crecimos aquí, en San Pedro Sula, desde 1991 hasta la fecha", recuerda Manfredo con una sonrisa nostálgica.


Su infancia estuvo marcada por momentos de unión familiar y diversión. "De mi infancia tengo recuerdos bonitos, por ejemplo, cuando pasábamos el tiempo en familia. Anteriormente, aquí en Honduras, la energía se iba tres o cuatro veces a la semana, entonces era un tiempo para la familia, encendíamos una vela y nos sentábamos a esperar largas horas y así pasamos el tiempo, estábamos juntos, cenábamos juntos y contábamos chistes, hacíamos bromas, jugábamos en familia". Estos momentos de conexión familiar fueron fundamentales en su formación y le enseñaron la importancia de la unidad y el amor en el hogar.


A los 15 años, Manfredo tuvo su primer encuentro con la fe, un momento que marcaría el inicio de su camino espiritual: "Mis más gratos recuerdos de la juventud fueron en torno a todas las actividades que hacíamos en la Iglesia y en las cuales yo participaba activamente, como en los retiros juveniles". Fue en un Encuentro de Promoción Juvenil (EPJ) donde sintió un llamado especial a seguir al Señor y a servir a sus hermanos. "Recuerdo muy bien todo lo vivido hace 23 años en ese encuentro, porque fue mi fuente de inspiración y de alimento espiritual".


En ese momento, Manfredo encontró inspiración en Jeremías (1,4-8), en el llamado que le hace el Señor al profeta y su respuesta: qué podría hacer yo si solo soy un muchacho. “Esa frase me marcó en mis primeros pasos”, señala Manfredo.


Caminante de Paz - Manfredo Fajardo, un caminante de paz y servidor de la fe 

Las Comunidades Eclesiales de Base, una red que hace viva la esperanza

Después de los encuentros de Promoción Juvenil, Manfredo se involucró en las Comunidades Familiares, asistiendo a reuniones y acciones comunitarias. "Desde pequeño, cuando los servidores visitaban nuestra casa y hacían las reuniones y las reflexiones, yo me sentía conectado con lo que hacían. Me gustaba lo que hacían y le pedía al Señor que me permitiera ser, algún día, un servidor, así como ellos".


A los 29 años, Manfredo se integró formalmente como servidor en las Comunidades Eclesiales de Base de San Pedro Sula, fortaleciendo su compromiso con la ayuda de quien es su párroco actual, el padre Matías García. "Sentía que tenía que ir buscando un área más concreta de servicio, más allá de las actividades y encuentros juveniles. Era el momento en que me debía ir despidiendo de esa etapa y pasar a otra más sólida".


El primer desafío que enfrentó fue organizar y motivar al equipo de servidores en su parroquia. "Mi primera gran tarea era buscar mejores formas para organizarnos aquí en la parroquia, porque había en ese entonces un grupo de solo seis servidores. Y esa fue mi primera gran tarea y desafío: organizar y motivar al equipo y lograr una estabilidad a nivel parroquial, y se logró, gracias a Dios".

Las Comunidades Eclesiales de Base se originaron a partir de la eclesiología del Concilio Vaticano II, la Evangelii Nuntiandi del papa Pablo VI y los documentos de Medellín y Puebla, y están inspiradas en las primeras comunidades cristianas. Son grupos parroquiales que se hacen comunidad desde la fe, el servicio y la evangelización. 

La realidad de San Pedro Sula

San Pedro Sula, la ciudad donde Manfredo ha desarrollado la mayor parte de su labor, es un lugar de contrastes. Por un lado, es una ciudad en crecimiento, llena de oportunidades y vida. Por otro, es un lugar marcado por la violencia y la desigualdad. "San Pedro Sula es una ciudad muy cambiante. En muy poco tiempo ha crecido a pasos acelerados y eso trae desorganización, trae conflictos sociales, trae pobreza".


La década de los noventa fue un periodo de gran crecimiento para San Pedro Sula, pero también de grandes desafíos. "Empiezan situaciones que uno no quisiera, como es la conformación de las primeras pandillas o maras, como le llamamos aquí en Honduras y en Centroamérica". Las pandillas y el crimen organizado se convirtieron en una realidad cotidiana, afectando profundamente la calidad de vida de los habitantes de la ciudad y del país.


Manfredo recuerda cómo la violencia y las pandillas comenzaron a afectar su comunidad. "Cuando era niño, en nuestras familias eran muy limitados los permisos para salir a jugar frente a la casa porque ya se estaban organizando las maras. Tal vez, en nuestro barrio, San Francisco, no había una mara específicamente establecida, pero sí era un lugar donde llegaban los pandilleros a 'reclutar', como decía, entonces, mi papá. Obviamente, mis padres detectaban quiénes eran y nos prohibían salir a jugar cuando ellos andaban por nuestro barrio".


Formación y aplicación de nuevas metodologías

Manfredo, quien actualmente es el coordinador arquidiocesano de las Comunidades Eclesiales de Base de San Pedro Sula, junto con su equipo, buscan constantemente nuevas herramientas y metodologías para fortalecer su labor desde las Comunidades Eclesiales de Base. "Llegamos y conocemos a la comunidad de práctica Caminando hacia la Paz, gracias al Diplomado en Construcción de Paz y Transformación Social de Conflictos que se dio en el 2022, a nivel continental, a través del Cebitepal. Desde ese momento se nos abrieron muchas ventanas porque conocimos la caja de herramientas de Caminando hacia la Paz, y de allí nos empezamos a nutrir de posibilidades pedagógicas y pastorales".


Manfredo logró conseguir 32 becas para participar en este diplomado, lo que les permitió aprender y aplicar nuevas metodologías. "Acá en San Pedro Sula logré conseguir 32 becas para que ese número de servidores pudiera participar en este diplomado, y gracias a Dios que lo aprovechamos y disfrutamos el proceso de aprendizaje. Aprendimos muchas cosas que no conocíamos o que teníamos mal estructuradas. Nos sirvió, en especial, para reestructurarnos y para reaprender, y eso nos inspiró a formar el Comité Integral Constructor de Paz, Justicia y Reconciliación, con el lema 'Servidores transformados y felices', que ahora busca metodologías para aplicarlas, de acuerdo a nuestras necesidades y a nuestra realidad."


En 2024, desde el Comité participaron en el concurso Juntos Construimos Paz, Feria y Concurso de Proyectos de los participantes del Diplomado en Construcción de Paz y Transformación Social de Conflictos, con la propuesta Aprender a “Actuar” para dar valor al ver y al juzgar, y que resultó escogida como una de las ganadoras, lo cual les abrió puertas a nuevos frentes de acción en San Pedro Sula.


Caminante de Paz - Manfredo Fajardo, un caminante de paz y servidor de la fe 

Metodología de Familias Dignas

En medio de un contexto desafiante, Manfredo y las Comunidades Eclesiales de Base han encontrado en la metodología de Familias Dignas una herramienta poderosa para transformar vidas y comunidades. Esta metodología, creada e impulsada por Catholic Relief Services (CRS), busca fortalecer y empoderar a las familias en situación de vulnerabilidad, ayudándoles a mejorar sus condiciones de vida de manera sostenible; y promueve, entre otros aspectos, la equidad, el diálogo y la educación financiera.


"La metodología de Familias Dignas me ha ayudado y me ha hecho más consciente de que debo ayudar en más tareas dentro de mi hogar. Yo ayudo en mi hogar, pero ahora soy más consciente de que lo que hacía no era suficiente y que tengo que hacer un poco más". La metodología ha ayudado a muchas familias a fortalecerse y a vivir en equidad, promoviendo un cambio profundo en la dinámica familiar.


Manfredo destaca los beneficios de esta metodología, especialmente en áreas como el diálogo y la educación financiera. "De Familias Dignas, lo que destaco positivamente es que involucra a los participantes y cubre áreas que aquí en nuestra Arquidiócesis son marcadamente neurálgicas: el diálogo, que es fundamental porque no tenemos diálogos constructivos en nuestras familias, porque en la mayoría, en el día a día, con todas las ocupaciones, el diálogo no tiene el lugar que se merece".

La metodología también ha sido crucial para abordar el machismo y promover la equidad de género en las familias. "El machismo es un árbol inmenso, con raíces muy profundas en nuestra sociedad hondureña y, obviamente, a nivel latinoamericano, pero en Honduras el machismo se fomenta desde muy pequeños, y la encargada prácticamente de hacerlo en el hogar, es la persona que pasa más con nosotros: la madre. Bien curioso, ¿verdad? porque desde que empiezan a decir «levántese, se golpeó, pero los hombres no lloran» o «¿y su novia?», o cuando mandan a la hermana a lavar los trastes, porque es una labor solo de la mujer y no del hombre. Estas situaciones, en una cultura como la nuestra, son bastante difíciles de transformar después de haberlas vivido y naturalizado por 20 o 30 años."


La metodología de Familias Dignas ha ayudado a muchas familias a despertar la conciencia sobre la importancia de la equidad y la participación de todos los miembros en las tareas del hogar. "Algo igualmente importante a lo que invita la metodología es el entender que el hombre no es solamente una figura de proveedor económico, como un cajero automático que solamente está para aportar dinero, sino que también tiene un rol muy importante y necesario para cubrir las otras necesidades que hay, necesidades de amor, afectivas, de diálogo, de mantener espacios de salud, no solo física, sino también mental y afectiva, que debe ser una parte de la estructura del cuidado del entorno y el buen clima emocional y afectivo en el entorno de una familia digna y unida".


El Comité ha estado trabajando en la formación de nuevas metodologías. "Estamos también próximos a iniciar la formación a un grupo significativo de personas en la metodología de Perdón Radical y Reconciliación y, próximamente, iniciaremos la aplicación de la metodología Jóvenes Artesanos de la Paz, que la pensamos implementar en un nuevo frente de acción que recién hemos iniciado: la Comunidad de Evangelización Digital, que está conformada, básicamente, por jóvenes que buscan hacer transformaciones de la realidad desde sus carismas y potencialidades, todo mezclado en un entorno digital lleno de la fuerza transformadora de la juventud".


Comunidades Eclesiales de Base en San Pedro Sula

La familia, la fuente de inspiración y crecimiento de Manfredo

Manfredo encuentra en su familia una fuente inagotable de inspiración y apoyo. "Somos cuatro los miembros de la familia. Mi esposa se llama María Guadalupe Martínez, ya tenemos nueve años de casados y tenemos dos hijos; la mayor, de siete años, que se llama Suyapa Marina, y el menor, de 5 años, que se llama Manfredo Francisco".


“Doy gracias a Dios por permitir que yo conociera a María Guadalupe en la Iglesia. Tuvimos un proceso de noviazgo de 6 años y no queríamos dejar el ritmo de evangelización por casarnos. Tomamos la decisión de que, si nos casábamos, íbamos a hacer un complemento del matrimonio con la misión, y eso ha sido fantástico, nos ha ayudado muchísimo para sobrellevar, incluso, de forma más intensa la misión de servir a los demás”.


“Yo no haría nada de lo que hago, sin su apoyo incondicional en todo. Es mi compañera y quien me cuida también en los momentos difíciles, porque cuando tengo una dificultad, es ella quien me escucha y me orienta o me da ánimos. Yo también trato de apoyarla en todos los espacios y momentos en los que requiere”.


La experiencia personal de Manfredo le ha permitido reconocer el valor de un entorno familiar capaz de fructificar y traducirse en una vocación al servicio del bien común: “Creo que toda pareja que se conoce en la Iglesia y si cada cual tiene una vocación de servicio o una misión pastoral, hay que dialogarlo antes de casarse o de tomar una decisión para saber si la otra persona está dispuesta a acompañar y a seguir con la misma intensidad o, incluso, acordar formas de acción para que, entre ambos el servicio, pueda crecer más porque ahora lo haremos juntos. Hoy, desde el hogar, oramos, trabajamos juntos y, en nuestro caso, eso ha sido fundamental y gracias a Dios nos ha funcionado”.


Los frutos de quien sabe sembrar y esperar con amor

Manfredo ha aprendido valiosas lecciones a lo largo de su camino. Una de las más importantes es la necesidad de trabajar en equipo y buscar apoyo en otros. "Siento que al reconocer que yo no lo sé todo, que no lo puedo todo y que necesito de otros que sí lo saben hacer y que lo han hecho bien, es una regla que me permite fortalecer todas las dinámicas en las que sirvo y acompaño".


También ha reflexionado sobre la importancia de la familia en la construcción de la paz. "La familia es todo, es la base de nuestra sociedad y es una de las estructuras sociales más afectadas por las diferentes problemáticas". El camino transitado le ha permitido reconocer cómo la metodología de Familias Dignas ha ayudado a muchas familias a fortalecerse y a vivir en equidad.


Manfredo Fajardo es un ejemplo inspirador de compromiso y servicio. Su trabajo en las Comunidades Eclesiales de Base ha dejado una huella profunda en su comunidad y en la Iglesia local. "Para mí, las Comunidades Eclesiales de Base son la forma más parecida a las primeras comunidades cristianas, y es una hermosa forma de ser Iglesia".


Con el liderazgo y compromiso de Manfredo Fajardo, en 2024, las Comunidades Eclesiales de Base de la Arquidiócesis de San Pedro Sula cuentan con 180 servidores, que se articulan en cinco comisiones y equipos para desarrollar su misionalidad: 

1. La Comisión Arquidiocesana 

2. La Escuela Continental de CEBs "Nuestra Señora de Suyapa"

3. Equipo de Medios de Comunicación 

4. Equipo de Redacción 

5. Equipo de arte y cultura

Caminante de Paz - Manfredo Fajardo, un caminante de paz y servidor de la fe 

El camino de servicio que ha tomado Manfredo es una decisión y una opción por vivir al servicio de la transformación colectiva de la realidad: "yo no me veo en una hamaca, haciendo nada, esperando la misa del domingo, para mí sería muy frustrante tener una vida así. Entonces me veo siempre en servicio y espero que sea con más amor y, tal vez, con las mismas fuerzas".


En la senda de los caminantes de paz, Manfredo Fajardo también deja huellas que llevarán a otros por caminos de justicia y equidad. Sus obras son un testimonio vivo de cómo la fe y el servicio pueden transformar vidas y comunidades, haciendo eco del llamado que sintió cuando escuchó el texto bíblico de los Hechos de los Apóstoles, el de la primera comunidad (2, 42-47): “para mí, es el llamado a mi vocación y a vivirlo en comunidad".

Textos: Carlos Henao - FICONPAZ

Fotografías: Archivo personal de Manfredo Fajardo

2025

 
 
 
  • Foto del escritor: Caminando hacia la Paz
    Caminando hacia la Paz
  • 26 mar
  • 8 Min. de lectura

Tejiendo esperanza en los caminos de la memoria y la dignidad


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Xiomara Guadalupe Bedoya Mendoza es una mujer profundamente comprometida con la memoria, la justicia y la verdad en Guatemala, un testimonio vivo de resiliencia, compasión y esperanza inquebrantable. Sus pasos, marcados por la búsqueda de justicia y dignidad, trazan un sendero de sanación que va más allá de la recuperación personal, para convertirse en un abrazo colectivo que sana heridas ancestrales.


Raíces de compromiso

Xiomara hace parte de una familia de cuatro hermanos, siendo la única mujer y la más pequeña. Sus padres, casados por más de 50 años, le inculcaron valores de solidaridad y amor. "Mis papás estuvieron casados más de 50 años. Mi papá falleció hace tres años. Soy la más pequeña y la única mujer de cuatro hermanos. Mis tres hermanos están casados. Uno falleció en 2024, mi hermano menor," recuerda Xiomara con nostalgia.


“Tengo tres hijos, el primero tiene 34 años, el segundo 30 y el tercero 23. Mi hijo mayor tiene una niña de 11 años, entonces también soy abuela”.


“Cuento con la fortuna de integrar una familia unida. Yo amo a mis hermanos, somos muy solidarios. Me siento muy cuidada y acompañada por ellos, también muy apoyada por mis padres. Mi relación con mis hijos es muy positiva, nos tratamos con mucho amor”, expresa Xiomara con gratitud y amor.


Xiomara recuerda sus primeros frutos profesionales. “Soy maestra, es mi primera carrera”, señala con orgullo. Durante cuatro años, trabajó en la educación primaria, conectando con los niños y los jóvenes que más necesitaban su apoyo. Después de graduarse como Maestra de Educación Primaria, decidió estudiar psicología, para profundizar en la comprensión de las heridas del alma y encontrar formas de sanarlas.


Ya en el ejercicio como psicóloga, se le presentó la oportunidad de unirse al Grupo de Apoyo Mutuo, una organización que nació de la iniciativa de un colectivo de mujeres en busca de sus familiares desaparecidos durante el conflicto armado Interno en Guatemala. Xiomara trabajó allí durante nueve años, primero como secretaria, y poco a poco, su pasión y dedicación la llevaron a convertirse en una pieza fundamental de la organización.


“Mi paso por el Grupo de Apoyo Mutuo marcó un antes y un después de mi ejercicio profesional y de mi apuesta de vida. En Guatemala hay un movimiento social muy fuerte por el tema de la búsqueda de los desaparecidos, ligado al tema de los derechos humanos y por el acompañamiento a las mujeres y a las personas que están en esa tarea tan fuerte, tan dura, de buscar y de encontrar a sus seres desaparecidos. Este camino de nueve años, las vivencias y los aprendizajes, influyó en el resto de mi apuesta personal y profesional”.


“Cuando estudiaba psicología, pensaba que sabía lo que era el dolor, pero no podía imaginar el impacto que tenía en las personas que lo vivían. El simple acto de escuchar, de permitir que alguien expresara sus heridas, era un acto de humanidad”, señala Xiomara a propósito de los aprendizajes que le dejó este proceso. “Escuchar a personas que habían vivido la desaparición de sus seres queridos, la masacre, la detención, fue un caminar por el dolor y la tristeza, pero también un encuentro con la compasión y la empatía”. Y es precisamente ese proceso lo que le hace amar su trabajo, especialmente el acompañamiento a las mujeres, quienes ocupan un lugar especial en su corazón.


El impacto de las exhumaciones

El acompañamiento psicosocial durante las exhumaciones e inhumaciones de restos humanos fue una parte fundamental del trabajo de Xiomara en el Grupo de Apoyo Mutuo. Este proceso permite a las familias encontrar a sus seres queridos desaparecidos, comprender y dignificar la memoria, lo que contribuye a cerrar un ciclo de dolor. 


Según datos de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG), desde 1997 se han exhumado más de 8.000 cuerpos en todo el país, lo que ha permitido identificar a más de 3.500 personas desaparecidas durante el conflicto armado (FAFG, 2023). "Cuando se realizaban las exhumaciones, era un choque emocional para familiares y personas de la comunidad, porque obviamente estábamos entregando restos humanos en huesos y eso generaba un impacto muy fuerte en los presentes", explica Xiomara.


El proceso de exhumación requiere una preparación y un acompañamiento psicosocial de compromiso. La Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) ha documentado que más de 200.000 personas fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas durante el conflicto armado en Guatemala (CEH, 1999). "Eso implicaba un trabajo y una preparación muy fuerte para explicarle a las personas en qué consistía una exhumación y cómo podían afrontar el recibir a sus seres queridos en otras condiciones físicas; para ello nos apoyamos con fotografías para ilustrar los pasos de una exhumación", siempre en coordinación en con el equipo responsable de la FAFG, detalla Xiomara.


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La influencia de la Iglesia y de monseñor Gerardi

El 24 abril 1998, Xiomara tuvo la oportunidad de asistir a la presentación del informe "Guatemala: Nunca Más" , liderado por monseñor Juan Gerardi y un equipo pastoral, articulado en el Proyecto REMHI, que recoge el esfuerzo de la Iglesia guatemalteca para documentar la verdad sobre el conflicto armado, rompiendo el silencio y rescatando la memoria de las víctimas. El informe revela el dolor de la guerra, llama a la reconciliación y a contribuir a la construcción de una sociedad más justa, basándose en valores éticos y en el compromiso con la dignidad humana. Este informe fue un hito en la recuperación de la memoria histórica de Guatemala, documentando las atrocidades cometidas durante el conflicto armado. El país sufrió más de 36 años de guerra, que dejaron más de 40.000 personas desaparecidas, masacres en comunidades y una estela de dolor muy profunda.


La presentación del informe fue un momento crucial, pero también trágico. "A los dos días de la presentación, matan a monseñor Gerardi; sin embargo, la Iglesia siguió comprometida con el acompañamiento a las personas y con el compromiso con la memoria, la verdad y la justicia", afirma Xiomara.


La Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG)

Tras nueve años de dedicación en los Grupos de Apoyo Mutuo, Xiomara se vio obligada a dejar la institución por motivos de salud. Durante el año siguiente, mientras buscaba nuevas oportunidades, la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) le abrió las puertas a Xiomara para ser parte del equipo de psicólogos que atienden procesos de inhumación, así como en otros proceso de acompañamiento psicosocial que se fueron generando con el transcurrir del tiempo (grupos de Promotoras Voluntarias Comunitarias de Salud Mental, atención y transformación de conflictos sociales, atención de casos a nivel individual, acompañamiento psicosocial a personas criminalizadas por la defensa de los derechos humanos y del territorio, y a líderes comunitarios).  


"La ODHAG tiene dos áreas: el Área de Cultura de Paz que trabaja todo lo relacionado con educación y memoria histórica, y el Área de Defensa de la Dignidad Humana, que es donde yo estoy y desde donde atendemos y acompañamos todos los casos, directamente, con personas que están afectadas por la violencia", detalla Xiomara y agrega: “es un trabajo muy comprometido y sentido el que hacemos porque, desde esta área, se busca promover la dignidad y los derechos de las víctimas de violaciones de derechos humanos mediante un acompañamiento multidisciplinario integral, que incluye aspectos jurídicos, psicosociales y humanitarios. Gran parte de nuestro trabajo se centra en la búsqueda de verdad, justicia y reparación, acompañando procesos de sanación individual y comunitaria, con el objetivo final de restablecer derechos y construir una sociedad más fraterna y solidaria. Acá, desde hace 17 años, la vida me puso, de nuevo, en un lugar donde puedo crecer como persona y como profesional, me siento feliz, bendecida y comprometida”.


Durante la pandemia del COVID-19, Xiomara recibió formación en la metodología GAM ¡Mujer, no estás sola!, que busca la creación de Grupos de Apoyo de Mujeres (GAM) mediante una ruta de formación que se convierte en un camino de sanación para que ellas mismas emprendan un proceso personal de transformación.

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Esta metodología se ha convertido, también, en una herramienta fundamental para el trabajo de Xiomara, y le ha permitido acompañar a mujeres en procesos de sanación y empoderamiento. "Es emocionante verlo y vivirlo. Yo, al inicio, les parezco a ellas una extraña, y después me cuentan más de cerca sus historias, me abren su corazón, me comparten sus sueños y sus logros, entonces lograr ver esos cambios ha sido de mucha satisfacción", reflexiona.


Xiomara ha implementado la metodología GAM en varios grupos de mujeres en diferentes municipios de Guatemala: "El primer grupo lo conformaron 15 al inicio, luego se quedaron 12 y todas ellas sufrían violencia”.


El proceso de implementación no ha sido fácil, pero los resultados han sido transformadores. "Con el primer grupo, en 2022, me costó un poco. El reto era lograr el interés de ellas en estos procesos y la comprensión de la importancia y sanación emocional. En los grupos hay mujeres que toman nota de los puntos que para ellas son importantes, otras tienen limitación para escribir; entonces lo ideal es buscar imágenes y adaptarlas según el contexto, y poder facilitar la metodología para hacer las presentaciones", explica Xiomara.


Actualmente, la metodología GAM ha llegado, de la mano de Xiomara, a 90 mujeres de municipios y comunidades muy diversas como Chinautla, Alta Verapaz, El Progreso, Sacatepéquez y en la Ciudad de Guatemala.


La sororidad y el empoderamiento

Para las participantes, la metodología GAM ha permitido fomentar la comunicación, generar confianza porque pueden expresarse sin ser juzgadas, generar espacios de escucha activa, promover los valores, el respeto y la empatía con otras mujeres. En los últimos años, Xiomara ha concentrado su trabajo en el empoderamiento de mujeres a través de los grupos GAM. Su labor va más allá de un simple acompañamiento; se trata de un proceso de sanación y reconocimiento.


Una profunda filosofía de sororidad guía el trabajo de Xiomara y el horizonte del proceso, tal como ella señala: "Nuestra intención es que se lleven todo lo aprendido, pero que no se quede en ellas, es para la amiga, para la mamá, para la vecina, para la hija… para todas".


El empoderamiento de las mujeres es un proceso continuo y transformador. "Incluso cuando terminamos el proceso, las mujeres siguen. Hay mujeres que siguen y que multiplican todo lo que ya vieron. Tenemos muchos casos de mujeres que ya procuran espacios para apoyar a otras, eso ya es muy satisfactorio porque da cuenta de una acción sorora de transformación", explica Xiomara.


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Lo recorrido y las sendas por caminar

Xiomara agradece a la vida por haberla llevado a estos espacios de trabajo y de crecimiento personal, pero siente que aún queda mucho por hacer. “Doy gracias a la vida que me trajo a estos espacios, muy duros, la mayoría de las veces, muy duros… pero también de vivencias que me marcaron”, expresa con gratitud.


Recapitula algunos de los momentos que más lleva en el corazón de todo su camino, como los reencuentros de padres con niños desaparecidos, los reencuentros de familias enteras y “los reencuentros de los que sobrevivieron con los que fueron desaparecidos, eso también llena de satisfacción porque es ayudar a sanar heridas”.  


En la balanza de lo personal, ahora también ocupa un gran espacio todo el trabajo y las vivencias con las mujeres GAM porque, como ella misma lo dice, “trabajar con grupos de mujeres que encontraron sus propias fuentes de poder personal, es todo un motivo de esperanza y me renueva en mi compromiso por dejarle a esas mujeres, a sus familias, a sus comunidades y al país, una senda de equidad donde los sueños de todas y de todos, caben y son valorados”. 


Textos: Carlos Henao - FICOPAZ

Fotografías: ODHAG

2025

 
 
 
  • Foto del escritor: Caminando hacia la Paz
    Caminando hacia la Paz
  • 7 ago 2024
  • 11 Min. de lectura

Activista por la paz de América Latina y el Caribe


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Los acontecimientos que nos marcan, las influencias que recibimos de la familia y los entornos, las habilidades que desarrollamos para gestionar las dificultades, la postura que asumimos ante las circunstancias, así como las decisiones que tomamos sobre lo que queremos para nosotros mismos y para quienes amamos, configuran nuestra historia de vida, con sus memorias, aprendizajes, recuerdos, sentimientos, aciertos y equivocaciones, y ella, a su vez, incide no solo en lo que somos, sino en lo que buscamos ser, es decir, en el propósito que marcamos para nuestra existencia. Y justo por sus vivencias, fue que Richard Jones (“Rick”) decidió convertirse, desde muy joven, en un decidido y activo CAMINANTE DE LA PAZ.


El menor de cinco hermanos, nacido en un pueblo del estado de Nueva York (EE. UU.), tuvo que afrontar durante su adolescencia tres pérdidas inesperadas: a sus 12 años perdió a su hermano mayor en un incomprensible accidente de tránsito causado por alguien que conducía en estado de embriaguez; poco después, a otro hermano, en similares circunstancias, y dos años más tarde, a su madre. Aquellos momentos lo obligaron a desafiar sentimientos dolorosos y a cuestionarse sobre su proyecto de vida: “Yo no sabía qué iba a hacer, pero decidí que fuera lo que fuera, tendría que ser algo que diera vida y valiera la pena”.


Al mismo tiempo, por fuera del hogar también se enfrentaba al miedo y la desazón que generaba la Guerra Fría: “Nos enseñaban que todo lo de Estados Unidos era bueno y todo lo de la Unión Soviética, malo. Y siendo un escolar, nos hacían aprender a escondernos bajo el escritorio, por si caía una bomba. Yo pensaba que eso era ridículo, pues no nos salvaría, pero me hizo descubrir que la posibilidad de una contienda nuclear era real. Así que en octavo grado comencé a protestar, a manifestar que lo que había que hacer no eran esos absurdos simulacros, sino poner fin a la confrontación, reconociendo las diversas posiciones”.


Al culminar su secundaria, eligió estudiar Literatura y Filosofía en una universidad jesuita, y aquello le generó aún más consciencia sobre los problemas sociales del mundo, especialmente en un curso llamado Fe, Paz y Justicia, donde integraban una fe activa con una dimensión política y de desobediencia civil: “Solo lo tomamos seis estudiantes, de más de 2 mil que tenían ofrecido el curso, y fue clave en mi formación porque por primera vez unía varios hilos de mi vida desde la fe y el deseo de paz y justicia”.


Tras culminar esa etapa, decidió unirse al cuerpo de voluntarios jesuitas en la ciudad de Detroit, la más poblada del estado de Michigan. Más del 90% de los habitantes era afrodescendiente vulnerable, había más de un 50% de desempleo y los niveles de violencias eran los más altos de todas las urbes del país. Fue en ese contexto donde Rick emprendió su trabajo comunitario: “Eran tiempos de contracorriente. El presidente Reagan tenía una filosofía para favorecer a las personas económicamente poderosas y privilegiadas, y quitar los derechos a los pobres. Para entonces, yo había escrito mi tesis sobre la libertad de expresión y la seguridad nacional, tomando como caso de estudio a El Salvador, y había empezado a convivir con personas que también se estaban comprometiendo con la paz. Eso me sirvió porque llegaban cientos de familias salvadoreñas buscando entrar a Canadá. Como había poca gente que hablara español, y yo lo había aprendido, me invitaron a conocerlas y a dialogar con ellas. Escuché historias de primera mano sobre tortura, violación y guerra, y todo eso me llevó a incluir en mi activismo la protesta para hacer visible lo que ocurría en ese país”.


Se refiere a lo sucedido entre 1979 y 1992, aproximadamente, con el choque entre las fuerzas del Estado y la organización guerrillera Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) durante la guerra civil de El Salvador. Entonces, cuando el conflicto era muy complejo, en 1988, Rick hizo una breve estancia en ese país para comprender mejor la situación, de la mano de activistas importantes como Segundo Montes, académico, filósofo, docente, sociólogo y sacerdote jesuita español, nacionalizado salvadoreño, quien se desempeñaba como director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).


Lejos estaba el imaginar que al año siguiente se enteraría de que Montes y otros cinco jesuitas, una empleada y su hija adolescente serían asesinados una madrugada en la casa sacerdotal del campus universitario, a manos del gobierno de turno y sus fuerzas militares (entrenadas y financiadas por los Estados Unidos), con la excusa de que la UCA era un “refugio de subversivos” y, los jesuitas, “inhumanos e inmorales” solo porque manifestaban abiertamente estar a favor de los diálogos y la negociación.


Ese terrible crimen sería el detonante de su decisión definitiva: dedicarse en pleno a trabajar por la paz. “Yo les dije a mis compañeros: ‘si somos coherentes, nos debemos ir a acompañar a ese pueblo y a continuar con los esfuerzos de esos sacerdotes’, así que llamé a algunos conocidos y ellos me ayudaron a venir”.


Inició, entonces, su vinculación con la Arquidiócesis de San Salvador, donde se enfocó en temas de desplazamiento interno y en poner en ejercicio su opción por la dignidad de los menos favorecidos: “Hay que recordar que la guerra dejó más de un millón de personas desplazadas; casi el 30% de la población en este momento. Eran campesinos que solo cargaban poca ropa, no tenían nada. Muchos venían de comunidades de base. Por lo general, tenían baja educación formal: la mayoría, un segundo o tercer grado, si mucho un sexto. Sin embargo, tenían una visión bíblica de la justicia y la paz impresionante. Así que trabajé con muchos buscando crear opciones de empleo y desarrollar capacidades para la organización comunitaria”.


Con esas experiencias y aprendizajes en su haber, cuatro años después regresó a su país natal para cursar una Maestría en Relaciones Internacionales y Estudios de Ciencia Política en América Latina. Al graduarse, sin pensarlo dos veces, regresó a Centroamérica, esta vez a Nicaragua, como parte del equipo de Catholic Relief Services (CRS), la Cáritas de los Estados Unidos: “Era el año 97 y se adelantaba un proceso orientado a aprender a ‘construir paz’, porque, aunque se tenían muchos programas, ese no era en ese momento el foco prioritario. Así que creamos y llevamos comisiones de justicia y paz a las montañas donde no había jueces ni policías, y donde los conflictos se resolvían con pistolas y machetes (zonas azotadas por exsoldados, excontras y grupos delincuenciales que saqueaban con frecuencia las comunidades), con el objetivo de promover los derechos humanos y buscar la solución de forma pacífica, logrando bastante impacto en la zona central del país”.


Rememoremos que, tras el derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza (y, con ello, de la dinastía de la familia Somoza, que había gobernado a Nicaragua durante décadas), en julio de 1979 comenzó un fuerte conflicto entre los contrarrevolucionarios o miembros de la autodenominada Resistencia Nicaragüense (los “contras”, que contaban con la financiación de los Estados Unidos), y el gobierno que asumió el poder, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que se mantuvo hasta 1990.


De todas formas, en 2001, con motivo de dos devastadores terremotos en El Salvador, Richard regresó con CRS a ese país para atender a las víctimas y, luego, para liderar programas con migrantes y jóvenes, lo que le posibilitó acercarse a otros relatos y hechos de constante violación a los derechos humanos que evidenciaban un desconocimiento de ellos por parte de la mayoría de la población y que, incluso, los encaraban con el dolor y sus profundas consecuencias tanto para las personas y familias, como para las comunidades: “Realmente no sabíamos cómo abordar el duelo; lo conocíamos, pero en esa época, apenas se nombraba”. Así que este tema adquirió profundo interés para este constructor de paz, al unir su experiencia personal con el duelo con los efectos que veía en cientos de personas que no habían desarrollado capacidades de resiliencia.


Así pues, el trabajo en diversos contextos y territorios con víctimas y victimarios de conflictos, jóvenes y familias con profundas desigualdades y graves problemas sociales, actores decisorios en los territorios, miembros de la Iglesia católica y la sociedad civil, hizo que Rick, aun con CRS, fuese consolidando sus conocimientos y propósitos a favor de la paz para irradiar sus inquietudes, preocupaciones, talentos y conocimientos a otros países latinoamericanos. Ejemplos son su colaboración con el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) y la Secretariado Latinoamericano y del Caribe de Caritas (SELACC) en la Comisión de Paz, Derechos humanos y Democracia, así como su participación en diversos equipos tratando de apoyar la formación y acciones a favor de los derechos humanos; la promoción de estudios y reflexiones sobre la pastoral de los derechos humanos con colegas de otros países (escribió un libro al respecto con Rosa Inés Floriano, de Colombia); el diseño y orientación de programas de formación para una pastoral social transformadora; el acompañamiento a diferentes instancias de la Iglesia latinoamericana en procesos políticos de paz (en el caso de Colombia y otros países), o de búsqueda de soluciones a problemas sociales derivados de la pobreza, los conflictos o los fenómenos naturales (en Haití, República Dominicana y México, entre otros). También ha liderado programas de atención y formación de jóvenes que hacen o hicieron parte de pandillas u otro tipo de grupos al margen de la ley (en México, Guatemala, Nicaragua y El Salvador), y ha planificado y dirigido otros que vinculan democracia, paz y derechos humanos en diversos campos y con distintos tipos de personas y colectivos.


Por eso mismo, Rick guarda entre sus memorias cientos de anécdotas que le han marcado y que lo han hecho un convencido de que la construcción de una paz fortalecida sí es posible. Entre ellas, una cuando, en un encuentro entre excontras y sandinistas (en Nicaragua) que pretendía que antiguos adversarios emprendieran juntos un futuro pacífico, una persona se le acercó para confesarle que antes de esa experiencia su deseo era hacerles el mayor daño posible a sus enemigos, pero que había logrado aprender que ellos eran, finalmente, sus hermanos. O aquellas con víctimas de muchos tipos de violencia en Acapulco (México), cuando pudo constatar que después de escucharlas y acompañarlas no solo lograban superar las pérdidas, sino que trasformaban sus proyectos de vida para ayudar a otras personas a sanar: “No olvido a una madre que había perdido a su única hija y que, después de pasar el proceso, creó una entidad para encontrar a los desaparecidos y ayudar a sus familias. Eso es pasar de ser víctima a ser una sobreviviente sanadora, y demuestra que en el corazón del trabajo por la paz y la justicia, en medio de las realidades del trauma, son las víctimas quienes tienen que decidir el camino. Por eso, parte de mi trabajo central es crear los espacios donde puedan hallar la sanación y el propósito, sin forzarlo”.


Hoy por hoy, Rick reconoce que los conflictos actuales en Latinoamérica son más complejos, pues ya no son solo ideológicos, como sucedía en los años 80 y décadas anteriores, sino que son fruto, en su opinión, de intersecciones entre las acciones del crimen organizado; la corrupción pública y privada; las tendencias que llevan a pasar de la democracia a la autocracia y el autoritarismo; la promoción de la polarización como estrategia política; la tolerancia, normalización y expansión de ciertas violencias que permean todos los espacios de socialización (virtuales y presenciales, como los hogares las escuelas, los lugares de trabajo, las calles y lugares públicos); el incremento en las familias del abuso y de las violencias (doméstica, contra las mujeres o de género, entre otras); la persistencia, e incluso el incremento de la desigualdad, la inequidad y la impunidad, entre otros factores. De ahí que afirme que estamos padeciendo una violencia crónica en todos los niveles y espacios de socialización, que genera preocupantes dinámicas que se entrelazan y refuerzan en contra de la paz y la justicia, y que obligan a estar continuamente repensando, reestructurando y revisando colaborativamente las estrategias de construcción de la paz, para retomar los aprendizajes, reconocer errores y corregirlos.


Considera, pues, que nos hemos equivocado en general, y en la Iglesia especialmente, “al creer que no podemos hacer nada”, al perder a veces la esperanza. Además, “en pensar que la paz, los derechos humanos y la justicia son opuestos e independientes, porque realmente son partes integrales y, por eso mismo, el diálogo sobre ellos es necesario para construir una sociedad más justa y fraterna”.


Asimismo, opina que otros graves errores han sido, primero, “el no poner suficiente atención a la reconciliación”, o el considerar que es un asunto superfluo o de trabajo opcional en la construcción de la paz, “pues es fundamental para la sostenibilidad de los procesos”, y segundo, el pensar que la Iglesia y los actores institucionales son y deben ser las voces de las víctimas, pues si bien deben acompañar y animar, “nadie puede hablar por ellas, ni decidir por ellas el rol que van a asumir, o si van a dar o no perdón”, pues son potestades que solo están en sus manos.


A cambio, reconoce grandes y valiosos aprendizajes y aciertos de la Iglesia, como el reconocer la importancia que tiene la memoria histórica (en el caso de Colombia, por ejemplo); el procurar la articulación interinstitucional con la sociedad civil y con gobiernos para la definición de políticas públicas y figuras jurídicas que generen justicia y paz (como la creación de Tutela Legal, en El Salvador, semilla para la creación de la Oficina de los Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala); el enfocarse en los derechos humanos y el tomar como opción a los pobres, o el ocupar el papel de tercero imparcial en la búsqueda de acuerdos de paz.


Así pues, para continuar superando los inconvenientes y aprovechando los aciertos, Rick hace unas recomendaciones a quienes, como él, son o quieren ser constructores de paz: “Seguir fortaleciendo procesos locales, es decir, las capacidades de las personas en sus territorios. Convocar a los demás actores para que juntos contribuyamos a la paz y la cohesión social; por lo tanto, debemos articularnos con diferentes actores y sectores. Generar diálogos tanto sociales como políticos, pues las divisiones, la polarización y los radicalismos están generando guerras culturales en muchos de nuestros países. Reconocer y dialogar sobre temas polémicos y espinosos para la Iglesia y nuestras sociedades, como las expresiones de la diversidad, en vez de estar simplemente denunciando; propiciar diálogos o participar en ellos, buscando espacios para proponer y hacer algo constructivo. Y con respecto a las injusticias, hay que seguir persistiendo, exigiendo y demandando procesos con los gobiernos en los cuales la Iglesia pueda jugar ese rol de convocar y generar diálogos políticos para construir procesos más justos y equitativos”.


A lo anterior agrega que es absolutamente necesario y urgente observar y analizar las violencias de una manera más profunda y sistémica, no asumiendo cada tipo como si fuera una cuestión aislada, sino reconociendo las interconexiones entre las diversas expresiones y los nexos que existen entre las causas y los efectos: “Por ejemplo, en El Salvador, en la inmensa mayoría de casos de jóvenes que participan en pandillas se ha encontrado que sus madres fueron víctimas de violencia doméstica; por eso, si no se trabaja esa problemática de la mujer, no se llegará al fondo de la causa y de la solución de los problemas juveniles”. Por eso, reconociendo el aporte de las metodologías de construcción de paz, opina que ellas son limitadas si se asumen en proyectos cortos y dispersos, o si no se enlazan entre ellas, porque si algo le ha enseñado su trayectoria de vida como constructor de paz es que se necesitan procesos integrales, constantes y persistentes, al tener como fin último la reedificación y resignificación de las relaciones entre los seres humanos.


Este es pues, un breve recuento de la biografía y de las reflexiones de Richard Jones, quien nos demuestra que desde un cristianismo transformador y con compromiso con los derechos y la dignidad humana, es posible llevar a la realidad “un proyecto de vida capaz de llenar el corazón”, como nos lo recuerda otro caminante de la paz, el Papa Francisco; un proyecto de existencia capaz de transformar dolores, miedos, desazón y desesperanza en procesos sanadores y de cambio positivo de la propia vida, del entorno y de quienes nos rodean; un proyecto que, como él lo deseaba, dé vida y valga la pena.

Textos: Gloria Londoño Monroy

Fotografía: Ricardo Contreras

2023

 
 
 
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