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  • Foto del escritor: Caminando hacia la Paz
    Caminando hacia la Paz
  • 20 mar 2024
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 4 jul 2024

Gerente para América Latina de la Fundación Internacional del Buen Pastor

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No subestimemos el valor del ejemplo, porque tiene más fuerza que mil palabras”, dice el Papa Francisco, y así lo confirman diversos estudios socio, psico y pedagógicos que han demostrado que su poder reside en que posibilita, a lo largo y ancho de la vida, de forma frecuente, sencilla y concreta, visibilizar la puesta en acción de valores, principios, conceptos y actitudes, en contextos y momentos específicos. Además, faculta comprender o interpretar la realidad circundante, así como replicar maneras de acercarse y relacionarse con uno mismo, con otros seres vivos y con todo aquello material e inmaterial que existe alrededor. Por consiguiente, a partir de la demostración, el ejemplo es, sin duda, una estrategia inestimable para enseñar y aprender a construir un mundo más pacífico, justo e incluyente.


Heidy Hochstatter es fruto del ejemplo, y ella misma lo es para nuevos caminantes de la paz. Por eso, dedicamos esta sección a esta mujer boliviana, quien desde hace más de 18 años está vinculada a la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor y desde el 2015 es gerente regional de la Fundación Internacional del Buen Pastor para América Latina.


Heidy, la menor de seis hermanos (“pero no pequeña”, como ella aclara), se define como mujer, madre y apasionada por la misión de la fundación que orienta. Nos cuenta que nació en diciembre de 1971 y que gracias a sus padres aprendió la sensibilidad por lo social:


Por ellos tengo una imagen muy fuerte del servicio a los demás, porque siempre los recuerdo comprometidos con apoyar las necesidades de los más vulnerables. Él era médico, y tenía el consultorio en casa; siempre atendía en horas de la tarde a personas que no tenían dinero para pagarle. Para él no había diferencia entre los que tenían recursos y los que no; la atención y el trato eran los mismos. Incluso, hizo el esfuerzo de aprender el quechua para poder comunicarse en esa lengua, y aun, siendo jubilado, sigió al servicio de mucha gente. Así que me enseñaron a mirar a todos con los mismos ojos, a observar las realidades, a adaptarnos a ellas. De mis padres heredé esa visión de considerar a las personas no desde sus situaciones o rasgos particulares, sino desde el potencial que cada ser humano tiene.


Más tarde, esa visión la reforzó, sin darse cuenta, cuando estudió en un colegio jesuita, donde la solidaridad y la dignidad humana eran ejes transversales de la formación; después, en la etapa universitaria, al hacer una ingeniería en temas de alimentación y agroindustriales. Y es que, contrario a lo que muchos piensan, todas las profesiones, aun las de enfoque técnico o aquellas de las mal llamadas ciencias duras, tienen y deben poner en ejercicio un enfoque de servicio a la humanidad:


Siempre me preguntan qué tiene que ver lo que estudié con lo social. Yo, al principio, tampoco lo entendí, pero fue interesante descubrirlo. Al graduarme comencé a trabajar en temas de desarrollo humano, en un programa gubernamental que se orientaba a la protección de la primera infancia; allí me dediqué a asuntos nutricionales. Debíamos visitar 28 municipios del que era el segundo departamento más pobre del país, Chuquisaca. Íbamos a centros de desarrollo integral, donde niños y niñas menores de 6 años pasaban hasta ocho horas. Y ahí comencé a convivir, ya de adulta, con ambientes muy diferentes a los míos, de profunda vulnerabilidad. Eso no solo me motivó a realizar después un diplomado en seguridad alimentaria y desarrollo humano, sino que fue una experiencia que me marcó profundamente, porque me permitió entender que no se trata de contentarme con lo que tengo que hacer, sino de vivir mirando más allá para descubrir qué más puedo aportar.


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Así, de su hogar y en esa primera experiencia laboral, esta mujer (tranquila, observadora y de palabra meditada y pausada), asimiló la importancia que tiene el papel de las culturas en la configuración de las realidades sociales, a no juzgar los hechos desde la dicotomía simplista de lo bueno/lo malo, y a contar con los talentos y saberes de cada comunidad para resolver sus propias problemáticas. Por ello, ha enfocado los programas y proyectos que tiene a su cargo desde métodos participativos, donde la empatía y el respeto por todas y cada una de las personas y sus cosmogonías son fundamentales.


Nunca podemos analizar las situaciones desde nuestra propia cultura, o desde la cultura dominante. Debemos compartir con la gente, aprender de ella, entender el contexto en el que interactuamos, identificar diferencias y similitudes con nuestra cultura. Por ejemplo, en ese proyecto de protección de la primera infancia, entendimos que, si bien las comunidades son distintas, el rol de la mujer es similar en asuntos como el estar al cuidado de los niños o las niñas, o en la responsabilidad de preparar los alimentos. Por eso, lo que hicimos fue que, a pesar de que teníamos una donación del Programa Mundial de Alimentos, buscamos rescatar aquellos ingredientes y saberes culinarios tradicionales. Ahí observamos que el problema nutricional no era que no hubiera qué comer, sino que no sabían preparar o aprovechar lo que tenían. Así que nos pusimos a cocinar con las mujeres, a enseñarles, pero, sobre todo, a aprender de ellas. Era un compartir, un hablar de mujeres, un mirar unidas para comprender juntas la desigualdad y la vulnerabilidad de la mujer [.…]. Empecé a cambiar la mirada a los problemas… a notar en las mujeres la fuerza que tienen… a entender el rol que tenemos los que trabajamos en lo social, porque somos quienes llevamos o hacemos que se escuche la voz de otras personas.


Tras más de 6 años trabajando en programas de nutrición integral, seguridad alimentaria y alimentación escolar, llegaron nuevos desafíos para Heidy, como el trasladarse de ciudad por motivos familiares (de su natal Sucre a Santa Cruz), y el conectarse con las hermanas de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, con quienes ha desarrollado, desde entonces, su proyecto de vida.


Era el año 2004 cuando un encuentro casual con una religiosa, amiga de su hermana, le permitió darse cuenta de que, pese a que en ese momento no había una comunidad de la congregación como tal en Santa Cruz, empezarían allí un proyecto social con mujeres. Su hermana le hizo prometer que las ayudaría, y ha cumplido su promesa a rajatabla hasta ahora.


Se trataba de un proyecto orientado a atender, formar, acompañar y empoderar a mujeres viviendo con el VIH (a las que solo se diagnosticaba, en aquella época, porque a sus hijos recién nacidos se les identificaba la presencia del virus): un tema mudo para el que no había propuestas similares en el país, que la gente asociaba solo con vergüenza, homosexualidad y pecado, y que generaba enérgicos cuestionamientos sobre el porqué una organización de Iglesia se interesaba por él.


Recuerdo a una mujer que murió. Nadie la quería tocar, ni mover, ni enterrar, pues les daba miedo contagiarse. Así que nosotras, las que trabajábamos en el proyecto, tuvimos que hacerlo: alistarla, meterla en el cajón, llevarla al cementerio, ponerla en la tierra, rezar por ella. Ese día llovía, era un lugar alejadísimo, y la soledad de esa mujer, por la estigmatización y la desinformación, era profunda. Ahí me dije: tenemos que empezar a conocer, a informarnos sobre estas y todas las situaciones, a averiguar qué hay detrás de la historia de cada persona, a sensibilizar, porque hay quienes están muriendo y nosotros podemos hacer la diferencia en momentos muy difíciles de mujeres que nos necesitan y que nosotras mismas podemos necesitar.


Así, por circunstancias como esas, decidieron continuar, aprender, abrirse camino entre las organizaciones sociales y llevar la iniciativa hasta tal punto que lograron hacer notables los derechos de las mujeres, contribuir a desmitificar lo que significaba relacionarse con alguien que tenía el virus, que ellas se formaran para empoderarse y demandar sus derechos e, incluso, conseguir la adopción de políticas públicas para que se les permitiera acceder a los medicamentos y ser tratadas con dignidad en espacios de sanidad y en otros de la sociedad:


Mucha gente nos ha cuestionado nuestros inicios como congregación católica, porque veían a una Iglesia cuestionante, excluyente y discriminadora hacia las personas con VIH, pero el ejemplo del trabajo colocando a las mujeres participantes en el centro del proyecto, trabajando desde su dignidad y desde la acogida y compromiso, fue lo que cambió la imagen hacia una Iglesia inclusiva, caminando al lado de los más vulnerados.


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Esa experiencia llevó a que, en 2012, Heidy asumiera la dirección de la Fundación Levántate Mujer –que las mismas hermanas habían creado ese año para dar continuidad a ese proyecto inicial– y desarrollara otras acciones de apoyo a mujeres, niñas, niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad, trabajando por una sociedad libre de violencia. Tres años después, asumió la Dirección Regional, para América Latina, de la Fundación Internacional del Buen Pastor, creada por las Hermanas del Buen Pastor, y fue cuando su ejemplo trascendió, y comenzó a ser guía en diversos países de Norte, Centro y Suramérica, dado que, sin duda, si hay alguien que conozca las realidades de la vulnerabilidad en esta región y sus transformaciones en los últimos años, o que sea autoridad para dar sugerencias que permitan afrontar los retos actuales y por venir, es ella.


De ahí que sea significativo considerar sus apreciaciones sobre la paz en América Latina y el Caribe. Entre ellas, considera que el abordaje de las vulnerabilidades, especialmente en lo que atañe a las mujeres, debe pasar por conseguir, mediante la pedagogía y las relaciones interinstitucionales, que se asuma desde sectores gubernamentales, productivos, civiles y religiosos, un compromiso multidisciplinario, multinivel e intersectorial, que va más allá de cumplir con estándares y las metas de desarrollo humano o de igualdad de género; un compromiso que requiere menos lecturas mediáticas, publicitarias e internacionales y, en cambio, otras más in situ, más de escucha a las mismas mujeres en sus entonos familiares y locales.


Siento que los desafíos para la paz en América Latina, en general, continúan siendo los mismos, pero con respecto a las mujeres, a las adolescentes y a las niñas, se han incrementado, porque si bien ahora hay mayor apertura para su participación política, social y en el entorno familiar, no se ven fuertes cambios ni en las leyes, ni en el sistema judicial, ni en el nivel local y comunitario. Sí, hay varios programas orientados a atenderlas; sí, hay políticas; sí, se crean nuevas instancias gubernamentales; sí, hay mucho ruido informativo sobre su situación; pero la realidad en lo cotidiano no ha tenido muchas variaciones. Persiste una brecha muy grande de género que, después de la pandemia, se ha agravado. Por ejemplo, no hemos visto respuestas claras de los gobiernos y la sociedad civil a la situación de vulnerabilidad directa que tienen las mujeres en sus hogares; ni a la violencia que se ejerce sobre ellas en las calles, espacios públicos, instituciones educativas o lugares de trabajo; tampoco a la falta de oportunidades efectivas, reales, para el acceso a la educación, a recursos económicos seguros que les permitan vivir, a posibilidades de formación […].


También hay un movimiento internacional, mediático y exógeno muy fuerte de las mujeres sobre sus derechos sexuales y reproductivos, pero ya en nuestros territorios latinoamericanos la agenda es otra, las angustias son distintas, los desafíos son otros, porque sus preocupaciones prioritarias no están relacionadas con el derecho al aborto, por ejemplo, sino más ligadas a su subsistencia, a tener un techo seguro, a su supervivencia económica, a su acceso al agua potable, a su estabilidad territorial, a su movilidad, pues siguen viviendo, por ejemplo, de forma recurrente, la migración forzada por causa de las violencias. Acá la agenda de nuestras mujeres es otra, siguen siendo las cabezas de la familia, pero no es solamente un tema de responsabilidad con esa familia, sino de las condiciones de vida de esa familia […]. Acá la pobreza sigue teniendo rostro de mujer.


Por eso, Heidy recomienda a todos los constructores y constructoras de paz, y a quienes formamos parte de la Iglesia, articular los discursos institucionales, los discursos mediáticos, la agenda internacional y la agenda eclesial y pastoral, con los discursos de las mismas mujeres, surgidos de sus propias intranquilidades y necesidades, de sus voces, de su existencia en sus contextos. Vincular, por ejemplo, los mensajes feministas con otros que, con timidez y sin tanto respaldo ni tecnología, miles de mujeres, en distintos lugares de Latinoamérica, apenas están aprendiendo a construir, expresar y defender.


De igual forma, piensa que es esencial para la región continuar con ahínco con los esfuerzos para empoderar a las mujeres, desde la infancia, como único camino para transformar las realidades y las culturas, no solo para la mitigación, prevención y atención a las víctimas de violencias, sino también para darles espacios de diálogo propositivo y generativo a miles que no tienen tiempo o no están acostumbradas a participar en escenarios tradicionales de intervención o de protesta social (indígenas, campesinas, o mujeres que deben cuidar a sus hijos, por ejemplo). Esfuerzos para cambiar las miradas técnicas por unas más humanas, para hacer énfasis en la empatía y la sororidad, para reforzar el trabajo mancomunado. Esfuerzos que no se fundamenten y no repliquen, simplemente, discursos que no son propios, que no nacen en las bases sino en intereses económicos o ajenos. Esfuerzos por hacer la diferencia.


Heidy Hochstatter es, pues, un ejemplo vivo de cristiandad. Una mujer al servicio de las mujeres y, por medio de ellas, de la humanidad, que atendió ese llamado del Evangelio a ser testimonio hablado de amor. Un ejemplo para los creyentes “en palabra, conducta, espíritu, fe y pureza” (Timoteo 4:12), como se nos demanda a quienes queremos continuar este camino de construir paz.


Ver video: Rostros, el modelo del Buen Pastor - Conoce a Heidy Hochstatter, hoy ella contara su historia

Textos: Gloria Londoño Monroy

Fotos: GSIF Al

2023

 
 
 
  • Foto del escritor: Caminando hacia la Paz
    Caminando hacia la Paz
  • 5 oct 2023
  • 11 Min. de lectura

Un testimonio del Evangelio hecho carne y de optimismo transformador


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“Y hablo de países y de esperanzas,

hablo por la vida, hablo por la nada,

hablo de cambiar ésta, nuestra casa,

de cambiarla, por cambiar, nomás.


¿Quién dijo que todo está perdido?

Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Fito Páez


Las realidades sociales nos abarcan a todos los seres humanos; nos mojan, nos moldean, nos mueven, nos transforman a lo largo de nuestras vidas, de una u otra manera. Y el experimentar, el conocer o el darse de frente con esas realidades, que muchas veces van más allá de nuestro contexto cercano y de nuestra zona de comodidad, o nos hace comprometernos con la vida, o nos convierte en indiferencia hecha carne, en muro insalvable que frena la posibilidad de mejorar nuestras mismas condiciones de existencia y las de los demás seres que nos rodean. Optar por lo primero, siempre, desde la esperanza, desde la persistencia, desde el corazón, desde el respeto por la dignidad y la integridad con todas las personas, desde la corresponsabilidad con nuestra casa común, es lo que identifica a los y las caminantes de paz.


Siendo niño, el sacerdote costarricense Francisco Hernández Rojas –o mejor, el “Padre Chico”, como lo reconocemos con cariño (por cómo se le dice a los Franciscos en su país)– creció en un entorno que más que una familia formada por padres y ocho hijos (tres mujeres y cuatro hombres), era un micromundo de intercambio constante de ideas diversas e, incluso, opuestas, sobre situaciones políticas y comunitarias lejanas y próximas, y sobre alternativas o estrategias para modificar aquello que se veía como injusto e inhumano; nació en 1956, año de guerra fría, pruebas de bombas nucleares, independencias no necesariamente pacíficas entre territorios, enfrentamientos entre el capitalismo y el comunismo… múltiples asuntos problemáticos que se volvían agenda de conversación constante e inevitable en su hogar. Y tal vez por eso aprendió que esa pluralidad de visiones, posiciones y propuestas, en lugar de dar paso al conflicto, podía llegar a ser una gran posibilidad para dialogar y compartir, descubrir, crear y trascender en el paso por este mundo, ayudando a los demás.


Recuerda Chico que en su hogar (en Cartago, ciudad natal) era normal escuchar y hablar con frecuencia de filosofía desde los planteamientos de Platón o de otros pensadores clásicos o más contemporáneos, de marxismo o capitalismo, de la caridad desde los principios de los franciscanos o de la contemplación desde los capuchinos… y ese popurrí maravilloso “te hace crecer con una cabeza muy abierta, escuchando diversas formas de pensar y, al mismo tiempo, reconociendo que somos distintos en los esquemas”, y añade: “éramos totalmente diversos en el mundo de las ideas, pero totalmente unidos en el mundo de la familia; pese a que había diferencias, estábamos por encima de esas ideas, defensas y convicciones particulares. Eso, de alguna manera, te ayuda a ir gestando el reconocimiento del valor de las otras personas”.


En él, tal reconocimiento se fue agrandando y consolidando a medida que crecía, al igual que sus inquietudes sociales. En gran parte, como él afirma, por su pasión por diferentes artes –“sobre todo teóricamente, porque no tengo ninguna facultad artística”, confiesa con humor–, lo que considera que da pie a tener una sensibilidad social especial por los otros seres humanos y por lo que expresan. En parte, además, por su gusto por el cine de la época, que no en pocas películas reflejaba las consecuencias de las guerras mundiales, lo cual lo acercó, casi sin darse cuenta, a la Doctrina Social de la Iglesia. En parte, también, por su llegada a la Universidad de Costa Rica, donde cursó cuatro años de ingeniería civil y otros de filosofía. Todo ello, entonces, determinó su vocación y su camino, pues pese a lo previsto, tomó nuevos rumbos para asumir un compromiso más activo con aquellas situaciones de injusticia que percibía y que no le eran indiferentes, comprometiéndose con el sacerdocio:

Esa confluencia empezó a darme cierta inclinación hacia algo que yo andaba buscando, y era encontrar cómo lograr una simbiosis entre ese mundo vinculado a la búsqueda de la justicia social, y una experiencia de fe propia. Entro, entonces, al Seminario Mayor, y empiezo a enlazarme, aún más, a la proclama de la equidad, la justicia, los derechos humanos, especialmente participando en la Pastoral Social, todavía siendo seminarista.


Pero si algo lo llevó a abrir la puerta, y salir a caminar por la paz, sin duda, piensa él, fueron algunos hechos claves que le hicieron cuestionarse sobre cómo vivir su vocación: estudiar Pacem In Terris, sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad; conocer personalmente a S.S. Juan XXIII, autor de dicha carta encíclica, y constatar la coherencia entre su estilo de vida y sus palabras; asistir al Segundo Encuentro Latinoamericano y del Caribe de Derechos Humanos, organizado por el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM), donde hizo presencia Luis Pérez Aguirre, “Perico, un gran maestro” (jesuita promotor y defensor de los derechos humanos), y acercarse a las posturas de la Teología de la Liberación desde la visión latinoamericana.


Yo me ordeno sacerdote en 1984; aún era estudiante de Filosofía en la Universidad de Costa Rica. Por eso, el arzobispo me envía allí a ejercer la Pastoral Juvenil, desde la parroquia universitaria. Tiempo después, surge la posibilidad de viajar a Lima a estudiar Teología Latinoamericana, y ahí me acerco a la Liberación, gracias al padre Gustavo Gutiérrez Merino Díaz. Yo había leído su obra en el seminario, pero tuve la fortuna de ser su alumno […].

Al regresar, me designan director, en la Arquidiócesis de San José, de la Pastoral Social-Cáritas; ahí estuve hasta el año 95. Después pasé a ser el secretario ejecutivo de la Pastoral Social Cáritas de la Conferencia Episcopal, hasta el 99, cuando el arzobispo me comunicó que había sido designado por el CELAM como Secretario Ejecutivo del Departamento de Pastoral Social; feliz memoria, porque hoy ya no existen los departamentos en el Consejo Episcopal. Allí continué la obra de otro gran maestro, como es el padre Leonidas Ortíz, compañero, hermano y amigo maravilloso […].


Todo eso, entonces, empieza a inclinarme hacia los derechos humanos desde una dinámica transversal (será después Juan Pablo II el que nos dirá que es ése el eje vertebrador de la pastoral social) y a acercarme a esas tres grandes autopistas del magisterio social, especialmente a las dos primeras (que eran de las que se hablaba a finales de los 70): la relación trabajo-capital, los derechos humanos vinculados al concepto de desarrollo, y la relación con la ecología y el medio ambiente. Todo ello, iluminado desde textos como Pacem In Terris –promulgado por Juan XXIII, 1963–, Gaudium Et Spes –por el Papa Pablo VI, 1965– y, ya, más recientemente, Laudato si' –sobre el cuidado de la casa común, del Papa Francisco, 2015–.


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La búsqueda de la defensa y la comprensión integral de los derechos humanos guio su paso por el Secretariado del Departamento de Pastoral Social del CELAM (1999-2003), y más adelante, su desempeño como Coordinador Regional de Cáritas de América Latina y El Caribe, servicio que le fue comunicado por el actual cardenal de la Ciudad de México, Carlos Aguiar Retes, por aquel entonces secretario general del Consejo.


Su vida en Costa Rica, primero, y después ese ministerio en el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (entre 2003 hasta 2007, en una primera etapa, y luego entre 2011 y 2023, en la segunda), fue, pues, lo que le permitió permearse, ver en vivo y en directo, convivir y acercarse a las realidades y problemáticas disímiles de nuestra región.


En 2007, el arzobispo de mi país me pidió regresar para sustituir al padre director del Instituto de Formación en Doctrina Social de la Iglesia, Escuela Social Juan XXIII, en mi país, pues desde allí se hacía un trabajo fundamental con organizaciones de trabajadores y con el sector empresarial, desde los principios del Evangelio y de las teorías de la Responsabilidad Social Empresarial. Pero en 2011 regreso al Secretariado, siempre en coordinación y comunión con el CELAM y el CEBITEPAL, hasta el 30 de junio del 2023.


Es, pues, esa larga experiencia lo que le ha permitido enfrentarse a grandes retos de la Iglesia. Entre ellos, las dos últimas reestructuraciones del CELAM; el desarrollo de la Fase Continental del Sínodo (tiempo de escucha y discernimiento de todo el Pueblo de Dios y de todas las diócesis que conduce a una serie de asambleas regionales, para seguir construyendo la Iglesia sinodal en comunión, participación y misión), aún en desarrollo; el dilucidar, orientar y poner en práctica una Coordinación General que, desde las bases de la Iglesia, introyecte y ponga en práctica el principio fundamental de Pastoral Social, la dignidad de la persona, desde una postura crítica y constructiva.


Así mismo, esa perspectiva al servicio en Latinoamérica y el Caribe es lo que le ha permitido compartir el sendero del compromiso y el activismo transformador con grandes caminantes de paz, como lo son monseñor Héctor Fabio Henao, el mismo Luis «Perico» Pérez Aguirre, o sus compañeros y compañeras de Cáritas y el CELAM, entre muchos otros, para aportar, con ellos y ellas, a la transformación de heridas y circunstancias complejas que tienen que ver, entre otros asuntos, con las dinámicas de las nuevas economías en el marco del desarrollo humano integral y de las construcciones de la paz; los procesos de reconciliación en países como Guatemala, El Salvador o Colombia; la formación de laicos y religiosos comprometidos con una pastoral viva y en ejercicio; con el diseño y puesta en marcha de estrategias para la atención a las personas que viven tipos variados de violencias.


De ahí que su memoria sea una caja repleta de recuerdos que son valiosas enseñanzas para quienes escuchamos sus anécdotas:


Han sido muchas… Quiero recordar, por ejemplo, la lucha pacífica de unas comunidades de la zona Brunca, en el Pacífico sur de Costa Rica, que, lideradas por una mujer maravillosa, Pilar Ureña, lograron hacer frente y detener la penetración de una empresa que quería explotar la fuerza hidráulica en nuestros ríos; fue una linda y una hermosa articulación para ganar una primera batalla para frenar ese tipo de violencia contra nuestra casa común. Y gracias al poder de la organización, a la articulación comunitaria pensando en el bien de todos y todas, se ganó.


También me acuerdo del poder de participación y organización de un grupo de campesinos, pequeños caficultores, también en mi país, que se unieron para competir con grandes productores, pero defendiendo un cultivo ecológico, amigable con el ambiente. Prefirieron, por ejemplo, sacrificar y arrancar sus sembrados y perder la cosecha para limpiar y sanar la tierra… Trabajamos con ellos y hoy son una gran cooperativa exportadora de café orgánico a Europa; un caso testimonial, sobre todo por insertarse en la economía desde una producción en equilibrio con la naturaleza y caracterizada por la ayuda mutua […].


Valoro, además, experiencias al activar la vida sacramental, no necesariamente desde el templo, obviamente lugar privilegiado, sino desde otros lugares en los que podemos llevar y vivir la Palabra, como lo son las calles, las plazas, los mercados, las fábricas. O los Foros Sociales Mundiales, donde compartimos con diversas organizaciones de economía solidaria y economía popular; las Ferias Mundiales de Economía Solidaria, los encuentros de memoria histórica en diversos países, o las experiencias que buscan transformar la educación desde dinámicas de formación popular […].


En todas entendí lo que es realmente ‘vivir en abundancia’, y que el desarrollo social y humano es una dinámica muy distinta, desde una economía neoclásica, pues es más que un intercambio de bienes: lo es de valores… Por eso, deberíamos defender la economía del don.


Finalmente, de forma muy especial, una experiencia con una comunidad que considerábamos ‘muy pobre’, en la Amazonía. Les pregunté, desde el modelo que yo tenía en mi cabezota sobre lo que es la pobreza, qué consideraban que era ser pobre. Y la respuesta me sorprendió: ‘Aquí no hay pobres, porque todos vivimos en comunidad’… en sus palabras, me explicaron que en comunidad se protegían, se asumían, se sentían amados, se sentían valorados, se recreaban… No recuerdo haber padecido ahí hambre; en cambio, sí, los espacios y momentos de intercambio, de caminar con ellos, de conocer sus procesos formativos. Yo recuerdo que desde el seminario yo rezaba cada noche el Cántico de Simeón (Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación…) pero cuando terminé de vivir esa experiencia, fue cuando me convencí de que ahí, en ese lugar, con toda su limitación, había visto realmente al Señor asumido y seguido en una comunidad; antes no tenía conciencia de que una comunidad viviera el Evangelio y fuera un testigo para mí de la Salvación en sentido comunitario, pero ahí lo vi tangible.


En fin… son muchos los momentos donde he podido dimensionar a ese Jesús servidor, a ese Jesús rey, a ese Jesús profeta, con ese Jesús que se celebra. Donde me he topado con la fuerza de su Palabra; todos han sido muy significativos.


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Y es por esa fuerza que no pierde la esperanza de superar obstáculos que dificultan la edificación de la paz, como lo son, para él, los modelos de desarrollo humano y sociales que privilegian estilos de vida, “absolutamente violentos porque promueven una cultura de la indiferencia y la inequidad”, como lo explica. Del mismo modo, los desafíos que conllevan los modelos económicos que van en contra de la solidaridad, del bien común, de la sostenibilidad social y ambiental, y de los derechos humanos económicos y culturales.


Para Chico, también son piedras y derrumbes en el camino los modelos educativos que solo buscan preparar a los seres humanos para aportar a esos modos económicos dañinos, que solo enriquecen a unos y empobrecen a la mayoría, al basarse solo en el desarrollo de ‘competencias’, de habilidades para el hacer, descuidando el ser individual y el ser en comunidad, y al tratar de homologar y globalizar las culturas, acabando con quien piensa diferente, con quien es culturalmente opuesto y con el valor de lo local. Por eso, defiende la propuesta del Pacto Educativo Global que hizo el Papa Francisco, en 2020, pues para él “es una opción fantástica para ver si podemos considerar al ser humano como sujeto de su propio destino y desarrollo, no como un depósito en el que hay que meter una serie de conocimientos que favorece a un determinado modelo de sociedad, sino un ser con compromiso social y ambiental”.


Además, se preocupa por esas miradas y juicios que, incluso desde la misma Iglesia, no promueven la equidad de todas las personas, no solo de hombres y mujeres, sino también de quienes se consideran de otros géneros, pues defiende férreamente que “como personas, son sujetos de derechos, y por eso tenemos que reconocerlos desde la igualdad, la equidad y la dignidad, dentro del desarrollo social, pues la vida está por encima de las ideas y de las doctrinas, y porque todos y todas somos hijos amados por Dios”, afirma.


Nos advierte, igualmente, sobre los peligros que acechan a la paz y la democracia, pues ve tanto en las derechas, como en las izquierdas actuales (de las que se siente decepcionado), propuestas radicales, acciones e ideologías que nada tienen que ver con el sentido y el compromiso con lo social; partidos y gobiernos que más que unir, dividen, sin un corpus de ideas que lleven a la concertación social, por eso clama por la organización y cohesión comunitaria y la participación de la sociedad civil, como forma organizativa.


Finalmente, se preocupa por los fenómenos migratorios, en especial por aquellos que se producen debido a razones ambientales, los menos atendidos, además de aquellos ocasionados por los conflictos y la pobreza. Por eso, sugiere, es necesario promover la dignidad humana en armonía con los territorios y con el medio ambiente.


El Padre Chico anima a quienes a veces nos sentimos cansados, impotentes y paralizados con esas y otras situaciones de profunda injusticia, desarticulación social e indiferencia, pues “por lo que he vivido en estos años, palmo a palmo, codo a codo junto a comunidades sencillas, en lugares sencillos, con profundas dificultades, puedo afirmar que sí es posible transformar el mundo, hacer todo lo contrario a las violencias, construir una paz viva protegiendo los derechos humanos y del planeta”.


Por eso, el Padre Chico es un caminante de paz a seguir, a quien agradecemos sus muchos años de entrega a su país y a nuestra región, pues es ejemplo de compromiso con la vida, Evangelio hecho carne y ejemplo de optimismo y servicio transformador: “¿Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón?” (nos canta con una enorme y franca sonrisa). “La paz, pese a los enormes problemas, es posible. Solo sigamos ofreciendo el corazón en esos procesos comunitarios, en esas redes de comunión y de solidaridad”, nos deja como reflexión el gran caminante de paz Pbro. Francisco (“Chico”) Hernández Rojas.


Para más información, consultar: CELAM (2023). Video Rostros y Voces: Pbro. Francisco Hernández, balance de su gestión en Cáritas Latinoamérica. https://www.youtube.com/watch?v=eS1Vx9rpEuo

Textos: Gloria Londoño Monroy

2023

 
 
 
  • Foto del escritor: Caminando hacia la Paz
    Caminando hacia la Paz
  • 29 may 2023
  • 8 Min. de lectura

Un constructor de paz.

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Si alguien sabe sobre los intríngulis del complejo conflicto colombiano que arrecia al país casi desde sus inicios como república independiente, pero, especialmente desde mediados del siglo XX; si alguien sabe cómo construir paz en medio de una basta complejidad; si alguien tiene credibilidad y ha logrado establecer redes de articulación con gobernantes, empresarios, líderes y representantes de diversos sectores de la sociedad para lograr procesos sistémicos que lleven a una convivencia pacífica; si alguien ha defendido a las víctimas, en medio de las adversidades y ha liderado negociaciones con diversos grupos al margen de la ley en su país; y si alguien está convencido de que la reconciliación y la paz son trayectos largos que se empiezan a transitarse desde la misma infancia, es sin duda Monseñor Héctor Fabio Henao Gaviria.


Y es que este sacerdote de vocación tardía, nacido en 1952, comenzó desde muy joven a estudiar para comprender el contexto de su ciudad natal, Medellín, y de su país, Colombia: “nací en una familia de ocho hijos; soy el sexto, en un hogar con una relación profunda de amor y afecto. Viví en una época de transformación de la ciudad, cuando comenzaba a industrializarse y llegaba mucha gente de diferentes pueblos de Antioquia y de otros lugares del país buscando oportunidades; mis padres, entre ellos. Más tarde viví la experiencia del año 68, cuando hubo un profundo cambio cultural en el mundo (en la vida estética y social); un año de mucha conmoción, con muchas consecuencias. Todo eso me llevó a interesarme por la sociología, y fue en la universidad donde me reencontré con un sacerdote conocido, que me motivó a complementar la carrera con estudios de teología. Desde niño tenía una inclinación profunda por los temas espirituales, además de los sociales, así que comencé a madurar la idea de hacerme sacerdote. Entré a un seminario para vocaciones tardías profesionales. Terminé mis estudios de sociología en la Universidad San Buenaventura, y los de filosofía y teología en la Universidad Pontificia Bolivariana”, recuerda.


En los años 80, uno de sus primeros destinos en el Ministerio fue la Parroquia Santa Gertrudis, en Envigado, municipio del área metropolitana de Medellín, afectado con fuerza por el auge del narcotráfico, con la influencia del llamado Cartel de Medellín. Allí pudo observar las transformaciones en las dinámicas sociales que poco a poco se gestaban en la sociedad no solo local, sino colombiana en general, ocasionadas por la influencia de las economías ilícitas y, con ellas, por la cultura del dinero fácil, de la solución de las discrepancias por la vía armada, de la anulación del valor de la vida humana.


Años más tarde fue enviado a estudiar Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad Gregoriana de Roma, donde terminó obteniendo la máxima nota, Cum Laude, por una investigación acerca de las ideologías, y fue cuando, a su regreso a Colombia, comenzó a pasar de los estudios a la acción en favor de la paz: “llegué a trabajar en la Pastoral Obrera de la Arquidiócesis de Medellín y posteriormente en la Pastoral Social de la misma ciudad, donde tomé contacto con diversos movimientos y confrontaciones entre bandas, policías y jóvenes”, en plena época de una violencia irracional que arreciaba en la ciudad, a tal punto que la llevó a ser catalogada como la más violenta del mundo (ejemplo de ello es que en el año 91 se presentaron 381 homicidios por cada 100.000 habitantes; 11.000 homicidios en un año, casi mil homicidios al mes).


“En ese tiempo hubo una masacre en un barrio llamado Villatina, en la que murieron 8 niños y un joven, el 15 de noviembre de 1992. Hoy se sabe que fue perpetrada por miembros de la Policía Nacional. La ciudad empezó entonces a movilizarse, pero sin tener una ruta organizada para hacerlo. En ese momento me propusieron formar y acompañar una mesa de trabajo para encontrar caminos de solución. Esa fue tal vez mi experiencia inicial de construcción de paz propiamente dicha, pues comenzamos a hacer posible el primer escenario de diálogo urbano con autoridades, empresarios, miembros del Concejo de Medellín y de la Asamblea Departamental, representantes de la policía y el ejército, la Procuraduría, miembros de comités de derechos humanos, grupos juveniles, organizaciones de base, la sociedad civil y diversos actores, para buscar soluciones a la violencia. Se creó la Consejería Presidencial para Medellín, a cargo de María Emma Mejía (periodista, política y diplomática colombiana) y con ella empezamos a organizar esos primeros esfuerzos, en contextos urbanos, para superar la grave situación”, relata Monseñor.


La Mesa de Trabajo por la Vida, constituía en diciembre de 1992, se enfocó en el respeto y el rescate del valor y dignidad de la vida humana, y propició la primera marcha ciudadana y una serie de eventos públicos, en 1993, con el lema “Elige la vida y vivirás: tú y tus descendientes”, tal vez hitos históricos en la construcción de paz en el país, por la movilización de miles de ciudadanos y por la articulación de diversos sectores.


Posteriormente, y como fruto también de esa relación, Monseñor fue nombrado Tutor Moral en el proceso de desmovilización de las Milicias Populares del Pueblo y para el Pueblo, grupo surgido en en 1986 en la zona nororiental de la ciudad, cercano a la guerrilla Ejército de Liberación Nacional (ELN). En 1994 se logró su desmovilización y ese mismo año acompañó, también, con Monseñor Nel Beltrán y representantes internacionales, los procesos de negociación en Flor del Monte (en la región de los Montes de María, municipio de Ovejas, departamento de Sucre), que llevaron a la firma de un acuerdo de paz con la Corriente de Renovación Socialista, una disidencia del ELN.

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Posteriormente, en 1997, fue trasladado a Bogotá para asumir la dirección de la Pastoral Social-Cáritas Colombiana; cargo que desempeñó por algo más de 20 años, y que lo motivó a seguir cualificándose en la comprensión de las realidades colombianas, en la negociación de conflictos, en la prevención y atención a diversos tipos de violencias; este último, tema al que se dedica formalmente desde 1996, cuando participó en la creación de la Fundación Instituto para la Construcción de la Paz (FICONPAZ), organismo de la Arquidiócesis de Bogotá que también dirige, orientado al diseño y desarrollo “de procesos en comunidades de base y con sectores específicos de población, desde una perspectiva de educación para la paz, que permitan a las y los destinatarios ejercer con plenitud su ciudadanía, construir nuevos referentes y valores para la convivencia pacífica y la transformación no violenta de los conflictos y consolidar propuestas para la defensa, promoción y vivencia de los derechos humanos”. Es desde esta institución que ha irradiado sus conocimientos, sus experiencias y su quehacer al acompañar también otras experiencias de construcción de paz, especialmente con niños, niñas y adolescentes, en otros países de Centro América y El Caribe.


Así pues, su andar para construir paz, de vieja data, ha tenido impactos bastante significativos. Otro ejemplo de ello, que se suma a los anteriores, es su participación, en el año 2003, en la gestión para la liberación de siete jóvenes extranjeros secuestrados en la Sierra Nevada de Santa Marta (norte de Colombia, en el departamento de Magdalena), por parte del ELN, en el marco de la operación Allende Vive, emprendida por esa guerrilla al cumplirse 30 años de la muerte del general. Tal experiencia lo llevó a comprender que es necesario analizar muy bien los contextos y las repercusiones de los conflictos y las violencias entre los habitantes de los territorios afectados, es decir, de la sociedad civil, pues para poder conseguir la liberación, fue necesario realizar todo un estudio social en la zona, con la participación del alto Comisionado de la ONU para Colombia, la organización Acnur, organismos gubernamentales y no gubernamentales para los Derechos Humanos de Europa, Estados Unidos y Colombia.


“El informe humanitario que resultó de dicho estudio, permitió entender la situación de la Sierra en relación no solo al accionar del ELN y de otras organizaciones al margen de la ley, sino también, las múltiples afectaciones en las víctimas, en este caso, muchas de ellas indígenas”, menciona Monseñor Henao, quien ha sido representante de la Iglesia ante múltiples plataformas de trabajo con víctimas, y quien ha sido un gran defensor de estas, pues sin ellas, su voz y su participación, ve inviable la sostenibilidad de las acciones de paz.


Y finalmente, se destaca su designación como Tutor Moral en el periodo de contactos entre el actual gobierno nacional, presidido desde agosto de 2022 por Gustavo Petro, con ELN, asunto que lo ha llevado a ser invitado a La Habana, Cuba, donde se desarrolla un diálogo exploratorio sobre diversos asuntos, como el desplazamiento forzado; también, con otros actores (disidencias de las FARC, grupos y economías ilícitas, etc.) que ahora se disponen a negociar con el gobierno central.


Así, el y arduo recorrido de Monseñor Héctor Fabio Henao en favor de la gestión de los conflictos entre diversos grupos armados en confrontación, y de la prevención y atención de violencias, lo ha llevado a ser toda una autoridad en construcción de paz no solo local, regional y nacional, sino internacional. Y por eso, sus consejos para quienes nos interesamos en caminar hacia ella, son de inigualable valor:


Primero, el mejorar cada día las habilidades de quien trabaja por la paz: “este trabajo requiere unas condiciones y capacidades personales. Entre ellas, las necesarias para propiciar acciones, para articularse con diversos actores, sectores e instituciones; para crear y fortalecer las relaciones; para formar y consolidar redes; para irradiar el trabajo y los aprendizajes. Hay que construir con otras personas, porque la paz no se hace de forma individual, con protagonismos personales, a corto plazo, sino que se consigue mediante la articulación y acción constante de múltiples redes, lo que implica hacer todos los esfuerzos posibles en mantener relaciones sanas y positivas con diferentes personas y organizaciones”, enfatiza.


Así mismo, resalta la necesidad de aprender a escuchar, más que a hablar: “el tema de la paz es un trabajo de escucha como mecanismo de aproximación a las víctimas, porque todo proceso de construcción de paz debe partir de escucharlas; es decir, no debe iniciar solo con el trabajo con los victimarios. Empieza en el contacto, en la creación de relaciones, en la formación de redes, en el trabajo en el día a día con quienes han sido víctimas; en el contacto y en el interés por quienes han sufrido. Hay que tener la capacidad de caminar con la gente, de buscarlos, de escuchar a las distintas partes, de favorecer el logro del bien de ellos, sin radicalizaciones, ideologizaciones. Hay que hacer en favor de las víctimas todos los procesos. Esas son condiciones muy importantes e innegociables para la construcción de paz”.


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También, Monseñor menciona la importancia de la autonomía y de la paciencia: “en este camino hay que tener cierta distancia para poder emprender una negociación, para encontrar una posible solución concertada. También, quien trabaja por la paz debe tener paciencia, saber que es un trabajo de largo plazo, que la paz no se logra en corto tiempo, sino que requiere mucha elaboración. Es una labor que se debe emprender sin afanes, teniendo la humildad para reconocer que uno no puede resolver todos los problemas”, afirma.


Ahora bien, sobre su visión sobre los conflictos en América Latina y El Caribe, Monseñor opina que hay, en la actualidad, unas condiciones desfavorables que limitan el camino hacia la paz. Entre ellas, la existencia de conflictividades marcadas por la polarización y la politización; otras de nuevo orden con base en lo económico (en las diversas economías ilícitas como el narcotráfico y algunas actividades mineras, en las condiciones de pobreza extrema, en la incapacidad de los sistemas de resolver las aspiraciones y la atención a las necesidades de la mayoría de las personas); unas más relacionadas con el fortalecimiento de la corrupción y de las organizaciones criminales incluso en los ámbitos legales y, con mayor acento, la expansión de una cultura de la indiferencia que naturaliza los efectos de los conflictos y las violencias en las personas y en las poblaciones afectadas.


No obstante, también este caminante observa otros factores que hacen contrapeso y que se convierten en factores positivos y favorecedores, como lo son la tendencia en algunos gobiernos, cada vez más, de reorientar su posición para buscar articulaciones que favorezcan la solución de los problemas; unas nuevas perspectivas para actuar de manera articulada no solo desde el gobierno, sino también desde otros sectores, incluyendo a la sociedad civil en la búsqueda de soluciones; el aumento en las capacidades para propiciar diálogos que lleven a la solución de los conflictos, y la educación para la paz que poco a poco empieza a dar frutos.


Y es que si alguien sabe de construcción de paz y si alguien es autoridad en la materia, es Monseñor Héctor Fabio Henao, el colombiano que entrega su vida para crear una visión, una cultura diferencial y unas condiciones de largo aliento, para que su país y otros del mundo puedan consolidar unas condiciones de justicia, equidad y paz.

Un pastor comprometido con la paz

Monseñor Héctor Fabio Henao Gaviria, Prelado de Honor del Santo Padre. Ha sido consejero nacional de paz, en representación de la Conferencia Episcopal de Colombia, y se desempeñó como presidente del Comité Nacional de Paz, Reconciliación y Convivencia desde el 19 de diciembre de 2017 hasta el 31 de diciembre de 2019, por decisión consensuada de los integrantes de dicho Comité para el período en mención.

Impulsor de la paz negociada y defensor de la reparación a las víctimas del conflicto. Experto en procesos de concertación entre la sociedad civil, el gobierno colombiano y la comunidad internacional, para un plan de cooperación en la construcción de paz. En Medellín, en momentos de graves enfrentamientos armados, lideró la Mesa de Trabajo por la Vida para procesos de negociación urbana del conflicto armado y social.

Actualmente, se desempeña como delegado de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC) para las relaciones Iglesia-Estado y es el director de la Fundación Instituto para la Construcción de la Paz – FICONPAZ, en su país.


Mayo 2023

 
 
 
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