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Caminante de la Paz: Heidy Hochstatter

Gerente para América Latina de la Fundación Internacional del Buen Pastor


No subestimemos el valor del ejemplo, porque tiene más fuerza que mil palabras”, dice el Papa Francisco, y así lo confirman diversos estudios socio, psico y pedagógicos que han demostrado que su poder reside en que posibilita, a lo largo y ancho de la vida, de forma frecuente, sencilla y concreta, visibilizar la puesta en acción de valores, principios, conceptos y actitudes, en contextos y momentos específicos. Además, faculta comprender o interpretar la realidad circundante, así como replicar maneras de acercarse y relacionarse con uno mismo, con otros seres vivos y con todo aquello material e inmaterial que existe alrededor. Por consiguiente, a partir de la demostración, el ejemplo es, sin duda, una estrategia inestimable para enseñar y aprender a construir un mundo más pacífico, justo e incluyente.


Heidy Hochstatter es fruto del ejemplo, y ella misma lo es para nuevos caminantes de la paz. Por eso, dedicamos esta sección a esta mujer boliviana, quien desde hace más de 18 años está vinculada a la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor y desde el 2015 es gerente regional de la Fundación Internacional del Buen Pastor para América Latina.


Heidy, la menor de seis hermanos (“pero no pequeña”, como ella aclara), se define como mujer, madre y apasionada por la misión de la fundación que orienta. Nos cuenta que nació en diciembre de 1971 y que gracias a sus padres aprendió la sensibilidad por lo social:


Por ellos tengo una imagen muy fuerte del servicio a los demás, porque siempre los recuerdo comprometidos con apoyar las necesidades de los más vulnerables. Él era médico, y tenía el consultorio en casa; siempre atendía en horas de la tarde a personas que no tenían dinero para pagarle. Para él no había diferencia entre los que tenían recursos y los que no; la atención y el trato eran los mismos. Incluso, hizo el esfuerzo de aprender el quechua para poder comunicarse en esa lengua, y aun, siendo jubilado, sigió al servicio de mucha gente. Así que me enseñaron a mirar a todos con los mismos ojos, a observar las realidades, a adaptarnos a ellas. De mis padres heredé esa visión de considerar a las personas no desde sus situaciones o rasgos particulares, sino desde el potencial que cada ser humano tiene.


Más tarde, esa visión la reforzó, sin darse cuenta, cuando estudió en un colegio jesuita, donde la solidaridad y la dignidad humana eran ejes transversales de la formación; después, en la etapa universitaria, al hacer una ingeniería en temas de alimentación y agroindustriales. Y es que, contrario a lo que muchos piensan, todas las profesiones, aun las de enfoque técnico o aquellas de las mal llamadas ciencias duras, tienen y deben poner en ejercicio un enfoque de servicio a la humanidad:


Siempre me preguntan qué tiene que ver lo que estudié con lo social. Yo, al principio, tampoco lo entendí, pero fue interesante descubrirlo. Al graduarme comencé a trabajar en temas de desarrollo humano, en un programa gubernamental que se orientaba a la protección de la primera infancia; allí me dediqué a asuntos nutricionales. Debíamos visitar 28 municipios del que era el segundo departamento más pobre del país, Chuquisaca. Íbamos a centros de desarrollo integral, donde niños y niñas menores de 6 años pasaban hasta ocho horas. Y ahí comencé a convivir, ya de adulta, con ambientes muy diferentes a los míos, de profunda vulnerabilidad. Eso no solo me motivó a realizar después un diplomado en seguridad alimentaria y desarrollo humano, sino que fue una experiencia que me marcó profundamente, porque me permitió entender que no se trata de contentarme con lo que tengo que hacer, sino de vivir mirando más allá para descubrir qué más puedo aportar.



Así, de su hogar y en esa primera experiencia laboral, esta mujer (tranquila, observadora y de palabra meditada y pausada), asimiló la importancia que tiene el papel de las culturas en la configuración de las realidades sociales, a no juzgar los hechos desde la dicotomía simplista de lo bueno/lo malo, y a contar con los talentos y saberes de cada comunidad para resolver sus propias problemáticas. Por ello, ha enfocado los programas y proyectos que tiene a su cargo desde métodos participativos, donde la empatía y el respeto por todas y cada una de las personas y sus cosmogonías son fundamentales.


Nunca podemos analizar las situaciones desde nuestra propia cultura, o desde la cultura dominante. Debemos compartir con la gente, aprender de ella, entender el contexto en el que interactuamos, identificar diferencias y similitudes con nuestra cultura. Por ejemplo, en ese proyecto de protección de la primera infancia, entendimos que, si bien las comunidades son distintas, el rol de la mujer es similar en asuntos como el estar al cuidado de los niños o las niñas, o en la responsabilidad de preparar los alimentos. Por eso, lo que hicimos fue que, a pesar de que teníamos una donación del Programa Mundial de Alimentos, buscamos rescatar aquellos ingredientes y saberes culinarios tradicionales. Ahí observamos que el problema nutricional no era que no hubiera qué comer, sino que no sabían preparar o aprovechar lo que tenían. Así que nos pusimos a cocinar con las mujeres, a enseñarles, pero, sobre todo, a aprender de ellas. Era un compartir, un hablar de mujeres, un mirar unidas para comprender juntas la desigualdad y la vulnerabilidad de la mujer [.…]. Empecé a cambiar la mirada a los problemas… a notar en las mujeres la fuerza que tienen… a entender el rol que tenemos los que trabajamos en lo social, porque somos quienes llevamos o hacemos que se escuche la voz de otras personas.


Tras más de 6 años trabajando en programas de nutrición integral, seguridad alimentaria y alimentación escolar, llegaron nuevos desafíos para Heidy, como el trasladarse de ciudad por motivos familiares (de su natal Sucre a Santa Cruz), y el conectarse con las hermanas de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, con quienes ha desarrollado, desde entonces, su proyecto de vida.


Era el año 2004 cuando un encuentro casual con una religiosa, amiga de su hermana, le permitió darse cuenta de que, pese a que en ese momento no había una comunidad de la congregación como tal en Santa Cruz, empezarían allí un proyecto social con mujeres. Su hermana le hizo prometer que las ayudaría, y ha cumplido su promesa a rajatabla hasta ahora.


Se trataba de un proyecto orientado a atender, formar, acompañar y empoderar a mujeres viviendo con el VIH (a las que solo se diagnosticaba, en aquella época, porque a sus hijos recién nacidos se les identificaba la presencia del virus): un tema mudo para el que no había propuestas similares en el país, que la gente asociaba solo con vergüenza, homosexualidad y pecado, y que generaba enérgicos cuestionamientos sobre el porqué una organización de Iglesia se interesaba por él.


Recuerdo a una mujer que murió. Nadie la quería tocar, ni mover, ni enterrar, pues les daba miedo contagiarse. Así que nosotras, las que trabajábamos en el proyecto, tuvimos que hacerlo: alistarla, meterla en el cajón, llevarla al cementerio, ponerla en la tierra, rezar por ella. Ese día llovía, era un lugar alejadísimo, y la soledad de esa mujer, por la estigmatización y la desinformación, era profunda. Ahí me dije: tenemos que empezar a conocer, a informarnos sobre estas y todas las situaciones, a averiguar qué hay detrás de la historia de cada persona, a sensibilizar, porque hay quienes están muriendo y nosotros podemos hacer la diferencia en momentos muy difíciles de mujeres que nos necesitan y que nosotras mismas podemos necesitar.


Así, por circunstancias como esas, decidieron continuar, aprender, abrirse camino entre las organizaciones sociales y llevar la iniciativa hasta tal punto que lograron hacer notables los derechos de las mujeres, contribuir a desmitificar lo que significaba relacionarse con alguien que tenía el virus, que ellas se formaran para empoderarse y demandar sus derechos e, incluso, conseguir la adopción de políticas públicas para que se les permitiera acceder a los medicamentos y ser tratadas con dignidad en espacios de sanidad y en otros de la sociedad:


Mucha gente nos ha cuestionado nuestros inicios como congregación católica, porque veían a una Iglesia cuestionante, excluyente y discriminadora hacia las personas con VIH, pero el ejemplo del trabajo colocando a las mujeres participantes en el centro del proyecto, trabajando desde su dignidad y desde la acogida y compromiso, fue lo que cambió la imagen hacia una Iglesia inclusiva, caminando al lado de los más vulnerados.



Esa experiencia llevó a que, en 2012, Heidy asumiera la dirección de la Fundación Levántate Mujer –que las mismas hermanas habían creado ese año para dar continuidad a ese proyecto inicial– y desarrollara otras acciones de apoyo a mujeres, niñas, niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad, trabajando por una sociedad libre de violencia. Tres años después, asumió la Dirección Regional, para América Latina, de la Fundación Internacional del Buen Pastor, creada por las Hermanas del Buen Pastor, y fue cuando su ejemplo trascendió, y comenzó a ser guía en diversos países de Norte, Centro y Suramérica, dado que, sin duda, si hay alguien que conozca las realidades de la vulnerabilidad en esta región y sus transformaciones en los últimos años, o que sea autoridad para dar sugerencias que permitan afrontar los retos actuales y por venir, es ella.


De ahí que sea significativo considerar sus apreciaciones sobre la paz en América Latina y el Caribe. Entre ellas, considera que el abordaje de las vulnerabilidades, especialmente en lo que atañe a las mujeres, debe pasar por conseguir, mediante la pedagogía y las relaciones interinstitucionales, que se asuma desde sectores gubernamentales, productivos, civiles y religiosos, un compromiso multidisciplinario, multinivel e intersectorial, que va más allá de cumplir con estándares y las metas de desarrollo humano o de igualdad de género; un compromiso que requiere menos lecturas mediáticas, publicitarias e internacionales y, en cambio, otras más in situ, más de escucha a las mismas mujeres en sus entonos familiares y locales.


Siento que los desafíos para la paz en América Latina, en general, continúan siendo los mismos, pero con respecto a las mujeres, a las adolescentes y a las niñas, se han incrementado, porque si bien ahora hay mayor apertura para su participación política, social y en el entorno familiar, no se ven fuertes cambios ni en las leyes, ni en el sistema judicial, ni en el nivel local y comunitario. Sí, hay varios programas orientados a atenderlas; sí, hay políticas; sí, se crean nuevas instancias gubernamentales; sí, hay mucho ruido informativo sobre su situación; pero la realidad en lo cotidiano no ha tenido muchas variaciones. Persiste una brecha muy grande de género que, después de la pandemia, se ha agravado. Por ejemplo, no hemos visto respuestas claras de los gobiernos y la sociedad civil a la situación de vulnerabilidad directa que tienen las mujeres en sus hogares; ni a la violencia que se ejerce sobre ellas en las calles, espacios públicos, instituciones educativas o lugares de trabajo; tampoco a la falta de oportunidades efectivas, reales, para el acceso a la educación, a recursos económicos seguros que les permitan vivir, a posibilidades de formación […].


También hay un movimiento internacional, mediático y exógeno muy fuerte de las mujeres sobre sus derechos sexuales y reproductivos, pero ya en nuestros territorios latinoamericanos la agenda es otra, las angustias son distintas, los desafíos son otros, porque sus preocupaciones prioritarias no están relacionadas con el derecho al aborto, por ejemplo, sino más ligadas a su subsistencia, a tener un techo seguro, a su supervivencia económica, a su acceso al agua potable, a su estabilidad territorial, a su movilidad, pues siguen viviendo, por ejemplo, de forma recurrente, la migración forzada por causa de las violencias. Acá la agenda de nuestras mujeres es otra, siguen siendo las cabezas de la familia, pero no es solamente un tema de responsabilidad con esa familia, sino de las condiciones de vida de esa familia […]. Acá la pobreza sigue teniendo rostro de mujer.


Por eso, Heidy recomienda a todos los constructores y constructoras de paz, y a quienes formamos parte de la Iglesia, articular los discursos institucionales, los discursos mediáticos, la agenda internacional y la agenda eclesial y pastoral, con los discursos de las mismas mujeres, surgidos de sus propias intranquilidades y necesidades, de sus voces, de su existencia en sus contextos. Vincular, por ejemplo, los mensajes feministas con otros que, con timidez y sin tanto respaldo ni tecnología, miles de mujeres, en distintos lugares de Latinoamérica, apenas están aprendiendo a construir, expresar y defender.


De igual forma, piensa que es esencial para la región continuar con ahínco con los esfuerzos para empoderar a las mujeres, desde la infancia, como único camino para transformar las realidades y las culturas, no solo para la mitigación, prevención y atención a las víctimas de violencias, sino también para darles espacios de diálogo propositivo y generativo a miles que no tienen tiempo o no están acostumbradas a participar en escenarios tradicionales de intervención o de protesta social (indígenas, campesinas, o mujeres que deben cuidar a sus hijos, por ejemplo). Esfuerzos para cambiar las miradas técnicas por unas más humanas, para hacer énfasis en la empatía y la sororidad, para reforzar el trabajo mancomunado. Esfuerzos que no se fundamenten y no repliquen, simplemente, discursos que no son propios, que no nacen en las bases sino en intereses económicos o ajenos. Esfuerzos por hacer la diferencia.


Heidy Hochstatter es, pues, un ejemplo vivo de cristiandad. Una mujer al servicio de las mujeres y, por medio de ellas, de la humanidad, que atendió ese llamado del Evangelio a ser testimonio hablado de amor. Un ejemplo para los creyentes “en palabra, conducta, espíritu, fe y pureza” (Timoteo 4:12), como se nos demanda a quienes queremos continuar este camino de construir paz.


Ver video: Rostros, el modelo del Buen Pastor - Conoce a Heidy Hochstatter, hoy ella contara su historia

 

Textos: Gloria Londoño Monroy

Fotos: GSIF Al

2023

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