Fundación El Buen Pastor, con acompañamiento de Catholic Relief Services: Su experiencia al implementar la metodología ¡Mujer, no estás sola!
"GAM ha transformado mi vida en una mujer más entregada a sí misma, a mi personalidad, a mi físico, a mis emociones. Yo puedo compartirles a otras mujeres que no podemos dejarnos maltratar, ni violentar, ni que nos bajen la autoestima, por ninguna cosa que esté pasando; que sí podemos tomar nuestras decisiones. En lo espiritual, me ayudó con muchas experiencias a conectarme con Dios y conmigo misma, participante Seccional Cartagena (Colombia).
Mujer, no estás sola! es una metodología impulsada por Catholic Relief Services – CRS, basada en evidencia, que busca brindar atención psicosocial integral (primaria, secundaria y terciaria) a quienes se han visto afectadas por los impactos nocivos de las violencias, haciéndolo mediante un proceso con enfoque vivencial que promueve vínculos sanadores de conversación y soporte emocional gracias a la participación e integración en los Grupos de Apoyo de Mujeres (GAM).
En 2021, la Fundación Internacional del Buen Pastor (GSIF, por sus siglas en inglés), en alianza con CRS, comenzó a promover el uso de la metodología en las provincias de la Congregación Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor de América Latina, para responder al llamado urgente que clamaban cientos de mujeres que buscaban recibir ayuda debido a dolorosas situaciones de violencia; en aquel momento, incrementadas por el contexto de pandemia.
La Fundación el Buen Pastor (FBP), con presencia en seis ciudades de Colombia y dos de Venezuela, obra de la Congregación, hizo parte del proceso inicial de formación de formadoras, y desde entonces aplica la metodología en su provincia.
Conversar con la hermana Adriana Patricia Angarita, directora de la FBP, y con Laura Valeria Zapata, coordinadora de Programa y Planeación, nos permite aprender de esta significativa experiencia a partir de un testimonio real de cohesión, organización y empoderamiento de mujeres resilientes:
Lo primero que hicimos fue participar de la formación regional ofrecida por CRS a organizaciones hermanas en América Latina; participamos responsables psicosociales, coordinadoras y religiosas por parte de la Fundación. Por la pandemia, la formación fue virtual, pero luego, en 2022, nos reunimos en Medellín (Colombia), donde se hizo un encuentro formativo que culminó con la certificación como facilitadoras. Este proceso de formación presencial fue financiado por CRS contando con la participación de hermanas, colaboradoras y voluntarias de la fundación, en la que se certificaron un total de 30 mujeres.
Producto de ello, iniciamos un ejercicio de irradiación de lo aprendido en nuestras seccionales, desde una modalidad híbrida (presencial y virtual). En Colombia, solo se había certificado, en la primera formación, una mujer como facilitadora por cada ciudad, así que lo que hicimos fue que ella, con otra compañera formada en otra ciudad, pudiera acompañar un grupo que, si bien tenía unas sesiones presenciales, tenía otras remotas, aprovechando recursos tecnológicos y metodológicos que promueven la participación, la cohesión y la escucha durante la experiencia. Después, facilitamos otros grupos en Venezuela y Colombia de forma completamente presencial.
Desde entonces, en Colombia hemos hecho réplicas en Medellín, Manizales, Palmira, Cúcuta, Cartagena, Bogotá y recientemente comenzamos también en Cali. En Venezuela, solo en Caracas, pero estamos analizando la viabilidad para comenzar en Barquisimeto, nos cuenta Laura Valeria.
La experiencia inicial de formación de facilitadoras ha dado como resultados cuantitativos, hasta el momento, el acompañamiento a 172 mujeres, quienes han vivido la propuesta metodológica en grupos conformados por 15 a 20 participantes. Gracias a ello, como nos cuenta la hermana Adriana, se ha podido complementar y vigorizar la apuesta hecha por la fundación, en coherencia con la opción apostólica de su misión de trabajar con mujeres expuestas a las violencias o que viven condiciones de exclusión, para que “puedan transformar esas creencias que las han llevado, muchas veces, a justificar esas relaciones de violencia que viven no solo en su dimensión doméstica, por violencia física y/o psicológica, sino también violencias que se gestan y manifiestan en las comunidades”, brindándoles la oportunidad “de que analicen las causas estructurales de lo que viven, y de que visualicen, construyan y pongan en práctica, de forma autónoma, pero con ayuda mutua, discursos, mecanismos y decisiones que transformen para sí mismas, y para otras mujeres, esas relaciones, ideas y costumbres dañinas”, aclara Laura Valeria.
Para la misma hermana, optar por la implementación de ¡Mujer, no estás sola!, e integrarla con otras metodologías, estrategias y programas de la FBP que se orientan a mujeres, ha sido muy valioso, en tanto ha permitido, de una forma holística, abordar asuntos complejos que son como raíces gruesas y profundas de problemáticas frecuentes en estos dos países:
Nos hemos encontrado con violencias patentes en los contextos, pero más allá de ello, con algo más preocupante, y es que, en el discurso y hablar de muchas participantes, no se reconoce que se viven [dichas violencias]. A veces no hablan de ellas. A veces, no asocian ciertas acciones, actitudes u omisiones que hacen parte de las violencias con ellas, o directamente las excluyen como manifestaciones de las violencias. Eso genera todo un ejercicio de legitimación de esas relaciones malsanas de poder en las que han crecido y que viven en desventaja.
Adicionalmente, especialmente en territorios de frontera, también nos hemos encontrado con las caras de lo que ha significado la migración insegura, pues supone el inacceso a los derechos de las mujeres, por una parte, y por otra, la vulneración y transgresión de estos en las relaciones fuertes y en los espacios en los que se ven obligadas a vivir. Por ejemplo, al tener que compartir una misma habitación, vivienda o refugio, en condiciones de hacinamiento, con varias familias o personas que, en ocasiones, ni siquiera conocían; pierden sus entornos de confianza, la libertad y la privacidad, y se exponen a muchas situaciones de agresión y maltrato.
Así mismo, especialmente en el caso de las venezolanas, hay otros asuntos muy preocupantes. Uno es la inseguridad patrimonial y económica que viven tanto quienes emigran de forma irregular, por la explotación que sufren debido a que deben conseguir recursos, como sea, no solo para ellas mismas sobrevivir, sino para sostener a sus hijos o familiares en el país que abandonaron, como, también, para las mujeres que se quedan: madres que se enfrentan a la vejez totalmente solas, desamparadas por sus hijos, hijas o familiares; abuelas que deben hacerse cargo de los hijos e hijas de quienes se marcharon del país; hermanas muy jóvenes que deben asumir el rol de madres y cuidadoras de sus hermanos o hermanas. Se crean para todas cargas muy pesadas, económicas y emocionales, estrés y, por supuesto, graves afectaciones sobre la salud.
Otro es la violencia simbólica por la estigmatización que hay alrededor de la estética de las mujeres venezolanas, pues por los imaginarios y los estereotipos creados y reforzados a lo largo de los años, a veces sufren no por falta de dinero para alimento, sino porque tienen una presión muy alta relacionada con el sentirse bonitas, con maquillarse, pintarse el cabello y asumir su cuerpo en ese entorno cultural que las obliga a ser y estar siempre hermosas. Eso no solo las lastima en el ámbito psicológico, en su autoestima, sino que refuerza violencias machistas, las induce a la prostitución o explotación sexual, o propicia la seducción a cambio de una ayuda. También produce violencia por parte de otras mujeres no migrantes de otros países, que sienten que las venezolanas migran para quitarles a sus parejas y sus oportunidades laborales, describe la hermana.
Así, lo que les ha desvelado la metodología a las participantes, en estos casos, han sido las múltiples formas de violencias que hacen parte de las vivencias constantes de cientos de mujeres, su relación sistémica, sus causas y consecuencias; a las facilitadoras, por su parte, el reconocimiento de situaciones que difícilmente se verbalizan y que caracterizan las vivencias de quienes participan en sus grupos:
El abuso es mucho más frecuente de lo que uno se imagina, porque generalmente solo se reconoce cuando hay violencia física, que es la punta del iceberg. Incluso, muchas mujeres creen que no hay violencia si no hay maltrato corporal. Pero aparte de las violencias físicas, hay otras que son las más difíciles de reconocer, como las simbólicas, las gestuales, las expresadas con el lenguaje, las que vienen de la cultura de las comunidades, o las que se regularizan en los medios de comunicación.
A veces no las nombran porque no las reconocen. Otras, porque cuando manifestaron el abuso no hubo ninguna reacción protectora de la familia (o de personas responsables de ciertos entornos, como los laborales, o de ciertos procesos, como los legales). Otras, porque en algunas comunidades los límites son muy difusos, y no comprenden que los límites sobrepasados son formas de violencia. Incluso, porque fueron condicionadas a no expresar aquello que duele, al crecer escuchando de sus propias familiares mujeres frases como “la ropa sucia se lava en casa”. O bien, por temor a ser culpadas o responsabilizadas de lo que les sucedió o lo que les sucede.
Así, callan cosas dolorosas por vergüenza, por costumbre, porque no alcanzan a identificar que no son responsables de las agresiones, porque no han recibido apoyo de sus otros familiares cuando se han atrevido a hablar, porque las respuestas institucionales ante los abusos han sido inadecuadas o inexistentes, o por temor a ser criticadas o rechazadas por sus entornos y comunidades cuando se rebelan contra el ‘deber ser’ establecido.
Por otra parte, es más frecuente narrar las propias situaciones de violencia cuando se vivieron en el pasado, pero no es fácil que salgan y se reconozcan cuando se viven aún.
Y, además, es más fácil reconocer las violencias que vienen de parte de otra u otras personas concretas, que de las comunidades e instituciones. Es el caso de las mujeres en Cartagena, pues su entorno las lleva a ser madres siendo adolescentes o muy jóvenes, por presión social y cultural; a repetir costumbres por esa influencia de la comunidad, explica la hermana.
Por eso mismo, Laura Valeria resalta que la metodología, tanto en la formación inicial como en los grupos GAM, significa poderse “leer y leer las propias realidades”, superar esa dificultad de interpretar las violencias no físicas, atreverse a decir asertivamente a otras personas lo que uno está viviendo en el momento, superar toda forma de (auto)censura, aprender qué hacer ante las violencias, desarrollar capacidades para poner límites y desvelar la afectación de las violencias estructurales e institucionales.
La metodología lleva a comprender la relación con su padre y su madre, con sus hijos, con sus parejas, con sus entornos, con ellas. Es como un mecanismo que les ayuda a ‘aflojar’ y tocar eso que les está doliendo, y crear condiciones tanto para hacerse más conscientes de lo que viven, dándole la importancia que merece, como para actuar y transformar lo que vivencian, destaca.
Por otra parte, hay otros resultados positivos de la implementación que, si bien no han comprobado con estudios rigurosos, ni se pueden generalizar, sí han observado las facilitadoras. Entre ellos, el que algunas participantes han logrado empoderarse a tal punto que han creado mecanismos grupales, con sus mismas compañeras, para lograr su inclusión económica, o para acceder a cursos técnicos, buscando tener mejores posibilidades laborales, lo cual da pistas para pensar que la metodología no solo tiene incidencia individual, sino también en lo colectivo.
Ahora bien, tanto para la hermana Adriana, como para Laura Valeria, las experiencias que han tenido con ¡Mujer, no estás sola!, han demostrado que la propuesta metodológica es bastante completa y fácilmente adaptable a diversos contextos, pues incluye temáticas que son vitales para el empoderamiento de la mujer, así como una variedad de actividades y recomendaciones muy variadas y pertinentes. Por ello, mencionan que el único cambio que han hecho, con respecto a la propuesta original, concertado con CRS, ha sido adaptar la intensidad de algunas sesiones o aumentar el número de sesiones por temáticas, de acuerdo con la disponibilidad de las mujeres participantes, en el primer caso, o para reforzar las reflexiones sobre algunos asuntos y profundizar en temáticas que requieren algunos grupos, en el segundo.
Las adaptaciones responden a las características de los grupos, pero las hacemos solo con propósitos estratégicos y de apropiación de la información.
Por ejemplo, a veces aumentamos el número de sesiones si vemos que es necesario profundizar mucho en relación con el ciclo de las violencias, en temas normativos con relación al contexto global, o en asuntos relacionados con los ejes temáticos, según demandan las mismas participantes, como cuando hablamos de los mecanismos de protección (acceso a redes, derivación de casos de acuerdo con el marco normativo, etc.), pues les inquieta mucho eso. O también lo hacemos, cuando vemos que los ejercicios les demandan más tiempo del planificado, como nos ha sucedido cuando se hace el mapeo de las organizaciones y actores territoriales que pueden brindarles protección.
De todas formas, preservamos la esencia de la propuesta, la estructura temática, y la sugerencia de cuidar que haya equilibrio entre lo teórico y los espacios de conversación que dan relevancia a las experiencias y vivencias de las participantes.
En cuanto a las perspectivas de continuar implementando la metodología en la provincia, la hermana Adriana menciona que, si bien hasta ahora se ha animado a las mujeres formadas a que se integren a la red de GAM que lidera CRS, lo que se desea es, también, fortalecer el acompañamiento y el diálogo formativo posterior desde la misma FBP, pues si bien las animan a seguir participando y a replicar la metodología, no tienen garantías de que lo hagan.
De ahí que, en coordinación interinstitucional, estén planificando el fortalecimiento de una comunidad de práctica provincial en la que tengan cabida todas las participantes de los GAM existentes en Colombia y Venezuela, así como crear mecanismos de apoyo para que las mujeres certificadas puedan llevar a cabo réplicas con nuevos grupos, pues, como afirma la hermana, han comprobado que “es más significativo el proceso para una mujer facilitadora, que para una que solo participe”.
Así mismo, están pensando complementar los esfuerzos con la puesta en práctica de otras metodologías de CRS, como Hombres nuevos, hombres libres y Un viaje hacia una masculinidad pacífica, para promover en los entornos de las mujeres formadas, la vivencia y la promoción de masculinidades pacíficas.
Por otra parte, tienen como objetivo reforzar la atención a mujeres que ejercen la prostitución con la metodología de ¡Mujer no estás sola!, precisamente por la complejidad de las vivencias y la alta vulnerabilidad a las que se ven sometidas:
En la Fundación hacemos un trabajo importante con población prostituida, y ello nos ha permitido detectar que viven múltiples formas de violencia que, en ocasiones, no asumen como tales. Por ejemplo, les es difícil dimensionar que no en pocas ocasiones viven violaciones y agresiones sexuales, pues consideran que eso es parte de su trabajo. Por eso es un colectivo que queremos fortalecer con esta metodología, pero aplicándola en las comunidades y en los contextos de donde ellas vienen o donde viven (no en las comunidades en las que ejercen), pues es en ellas donde son ‘una mujer como cualquier otra’, donde no tienen estigmas y, por tanto, donde pueden hablar con más tranquilidad. […]. Consideramos que la propuesta puede ser un gran aporte para ayudarles a reconocer esas violencias que padecen, a reconocer qué las llevó a ser inducidas y a aceptar la prostitución como medio de vida, y a reconstruir sus imaginarios y sus entornos, explica la hermana Adriana.
Y finalmente, la perspectiva es comenzar a realizar, con base en lo propuesto por CRS, una evaluación científica completa de lo hecho hasta el momento, para dimensionar más allá de los resultados parciales arrojados por cada taller, con cada grupo, los logros alcanzados y las limitaciones o falencias a superar.
Así pues, destacamos la experiencia de la Fundación el Buen Pastor, pues, con acompañamiento de CRS, ha hecho un gran esfuerzo para brindar un apoyo invaluable que conduce al empoderamiento de cientos de mujeres vulnerables en Venezuela y Colombia; un esfuerzo revelador constructor de paz.
Lo importante que es no juzgar porque cada persona tiene una historia de vida diferente; que pasamos por distintas experiencias que explican cómo actuamos o vemos las cosas. El valor de la amistad, la solidaridad, la empatía y la resiliencia, participante Centro Esperanza, Caracas (Venezuela).
Para más información:
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Textos: Gloria Londoño Monroy
Fotos: GSIF Al
2023